La irrupción de la ultraderecha de Vox, y la estrategia de confrontación que ya plantea Podemos desde la izquierda radical, nos conduce a un ‘multipartidismo extremo’ que va a poner a prueba la fortaleza de nuestra democracia
Las elecciones andaluzas serán recordadas por el descalabro y desalojo del hasta ahora hegemónico PSOE y por la vertiginosa irrupción de la extrema derecha en las instituciones (400.000 votos y 12 escaños para Vox). Pero tras el vuelco histórico de esos comicios asoma un asunto de fondo no menos relevante: la posible implantación a nivel nacional de un ‘multipartidismo extremo’ que encaja como un guante en el sistema de partidos que el politólogo Giovanni Sartori llamó ‘pluralismo polarizado’. No parece muy alentador el panorama si nos atenemos a este escenario que, según el pensador italiano, se caracteriza por la coexistencia de fuerzas radicales que, desde la extrema izquierda y la extrema derecha, deslegitiman y ponen constantemente en cuestión el sistema político, presionando a los partidos moderados ubicados en el centro y practicando la ‘política de la superoferta’ con promesas populistas tan excesivas como imposibles. El ‘pluralismo polarizado’, al que vamos con Podemos y Vox retroalimentándose desde los confines del espectro ideológico, promete conducirnos a una etapa aún más turbulenta de nuestra democracia. Ya lo advirtió en los años 70 el sociólogo español Juan José Linz en su libro ‘La quiebra de las democracias’: «El ‘multipartidismo extremo’, por sí solo, no determina la caída de la democracia, pero aumenta las probabilidades».
El ascenso de Vox, que en las próximas generales podría obtener hasta una veintena de diputados y en las autonómicas entrar en casi todos los parlamentos regionales, tiene causas multifactoriales. (No es creíble que de la noche a la mañana 400.000 andaluces se hayan ido a la extrema derecha). Todo apunta a que el detonante fundamental es la persistencia del órdago de los independentistas catalanes, aunque Vox no solo sería ‘hijo del procés’. También intervendrían otros factores, como el fenómeno de la inmigración, e incluso una reacción en muchos casos a la dictadura de lo políticamente correcto o la estigmatización de la caza, los toros y los sentimientos religiosos. Lejos de movilizar a sus votantes con la exhumación de los restos de Franco, Pedro Sánchez ha contribuido a agitar a sus contrarios, ya de por sí soliviantados por su ocupación del poder con la moción de censura a Rajoy apoyada por los independentistas y su posterior enrocamiento en la Moncloa sin convocar elecciones «cuanto antes», como prometió. Incluso para los más moderados resultó demasiado ver cómo Pablo Iglesias, mandatado por Sánchez, intentó recabar el respaldo a los Presupuestos del Estado del separatista Junqueras en la celda de una prisión. El problema inquietante es que en el ideario que representa Vox, una opción legítima como todas las demás mientras se exprese por cauces democráticos, hay una apuesta regresiva en derechos sociales y políticos, así como un discurso populista y antieuropeísta que desprende aromas xenófobos. Hoy por hoy es difícil no ver veleidades autoritarias en Vox, aunque haya blanqueado su programa para esta última cita electoral y muchos de sus votantes no tengan nada que ver con la extrema derecha tradicional.
Mientras esto sucede en un borde del tablero, en el opuesto se suceden reacciones igualmente preocupantes. Tras unas elecciones que fueron limpias y democráticas, la histérica comparecencia de Pablo Iglesias, dando la «alerta antifascista» y llamando a la movilización en la calle contra Vox, fue un peligroso e irresponsable dislate del que se desmarcó días después Errejón, pidiendo más autocrítica y menos regañar a los votantes. No es la primera vez que la estrategia de confrontación refleja esos tics autoritarios que asoman con frecuencia en Iglesias. Ahora que celebramos el 40 aniversario de la Constitución, la piedra angular que dio cuatro décadas de estabilidad democrática, se están produciendo cambios que conviene observar con cautela. En estos tiempos resulta recomendable la lectura de un libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores de la Universidad de Harvard, que fue publicado este año en España. En ‘Cómo mueren las democracias’, ambos investigadores señalan que estas ya no acaban por las armas en golpes militares, sino con un lento debilitamiento de sus instituciones esenciales a manos de líderes populistas. Levitsky y Ziblatt afirman que es posible salvaguardar las democracias si se actúa a tiempo porque, dicen, hay señales que permiten identificar a políticos con una vena autoritaria antes de que conquisten el poder: rechazo o débil aceptación de las reglas democráticas, negación de la legitimidad de los adversarios políticos, tolerancia o fomento de la violencia y predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición. Empiezan a verse muchas de estas señales. A diestra y siniestra, y ya no solo en los independentistas catalanes que buscan romper la unidad de España.