La posibilidad de tumbar cuatro décadas de Gobierno socialista en Andalucía resultaba tan políticamente tentadora como el desalojo de Mariano Rajoy con una moción de censura. De ahí que, como estaba cantado desde la misma noche electoral, el PP pactó esta semana con Vox para ocupar el palacio sevillano de San Telmo, de igual forma que lo hizo el PSOE hace unos meses con los independentistas catalanes y los proetarras de Bildu para instalarse en La Moncloa. Aunque la historia del siglo XX nos ha mostrado lo peligroso que siempre resultó sellar acuerdos con fuerzas políticas radicales, tanto a derecha como a izquierda, ya no hay duda de que en este momento populista a nadie parece importarle jugar con ese fuego. Esto es lo que ocurre cuando no hay líderes con el coraje político suficiente para poner la salvaguarda de la democracia por encima de sus intereses partidistas. El panorama global resulta desolador: toda la política nacional está condicionada hoy por independentistas y populistas de extrema derecha y extrema izquierda que pretenden quebrar el orden constitucional para sus distintos fines. Unos, directamente para desgajarse de España. Y otros, para acometer una involución en el modelo autonómico que democráticamente nos dimos en 1978. Con su órdago separatista los primeros han dado alas a los segundos, que crecen como una marea, utilizando también mensajes emocionales, basados la mayoría de las veces en datos falseados, a través de las plataformas sociales donde la verdad es lo menos importante.
Lo preocupante es que no salen gratis los apoyos de estos partidos que crecen cuanto más radicales son. Los independentistas catalanes, a los que Sánchez ofrece un incremento del 18% en las inversiones previstas en los Presupuestos del Estado, van a vender caro su respaldo a las cuentas públicas. De momento, van pidiendo imposibles en un Estado de derecho para sus políticos presos. Y en cuestión de meses veremos cuál es el precio del apoyo de Vox al PP, hasta qué punto se derechizará la acción del gobierno popular en Andalucía y cómo afectará a su cohabitación con Ciudadanos. Si las exigencias se centrasen en eliminar el sinfín de empresas y organismos públicos que fueron la base de décadas de clientelismo, algo verdaderamente necesario, no habrá más problemas que los que se avecinan en exclusiva a quienes vivieron tantos años de la sopa boba. Otra cosa será si Vox, el partido de la testosterona, persiste en su peligrosa intención de dar marcha atrás en la protección a las mujeres frente a la violencia machista, el centro de uno de los pocos pactos de Estado del que podemos estar orgullosos y cuya posición le aleja incluso de otros partidos europeos de derecha extrema con los que comparte una visión con tintes xenófobos sobre el fenómeno de la inmigración.
¿Y qué pasará en la Región en las próximas autonómicas? El escenario político es tan volátil que nada es anticipable. Más que un partido, Vox es un movimiento reactivo al independentismo catalán y su alianza fáctica con Pedro Sánchez. Está en plena fase ascendente, pero nadie sabe cuánto durará esa ola. Todos los sondeos que manejan los partidos murcianos (algunos hechos públicos, pero otros no) indican que entrará en la Asamblea con de 2 a 5 escaños. Sociológicamente, hay muchos paralelismos entre Andalucía y la Región de Murcia, uno de los territorios con mayor sentimiento de españolidad. Pero existe una diferencia política fundamental que olvidan quienes postulan un enorme crecimiento de Vox: en esta comunidad no gobierna la izquierda desde hace décadas, sino una derecha que cubría hasta hace bien poco todo el espectro ideológico desde el centro. Solo si el PSOE logra ser primera fuerza, lo que dependerá del grado de fragmentación del PP, tendrá posibilidades de formar gobierno con Ciudadanos, que probablemente duplicará sus escaños. López Miras está convencido de que el PP será el partido más votado porque Vox araña votantes a prácticamente todos. La esperanza del socialista Diego Conesa es justo la contraria. Él también se ve hoy como primera fuerza. Habrá que esperar muy poco para conocer el desenlace.