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Un pacto a la desesperada

Lo más desconcertante de esta crisis es que es imprevisible como la trayectoria de un tornado. Ningún economista se atreve a predecir qué puede ocurrir en los próximos meses e incluso semanas. Lo que se inició como una tormenta de verano en las Bolsas europeas a principios de mes pronto derivó en un huracán que llevó vientos de recesión a Estados Unidos. Ahí estaban para subir la temperatura Standar & Poors y otras agencias de calificación, precisamente los bomberos negligentes que iniciaron el fuego de la crisis en 2008. En este turbulento clima económico, los dos gendarmes europeos (Merkel y Sarkozy) han impuesto ‘manu militari’ la nueva doctrina de contención del gasto público a los países manirrotos, ante la mirada aquiescente de la Comisión y del Parlamento europeo, ambos desaparecidos en combate o cerrados por vacaciones. Del Gobierno español se esperaba esta semana alguna medida de calado para calmar a los mercados y estabilizar el precio de su deuda. Pero este martes Zapatero sorprendió a propios y a extraños con una propuesta de reforma de la Constitución para que las administraciones tengan un techo de gasto. La modificación de la Carta Magna, demorada una y otra vez a lo largo de 33 años para dar sentido al Senado y acabar con la prevalencia del varón en la sucesión al trono, se hará por vía de urgencia, tras una negociación contrarreloj entre el PSOE y el PP y sin consultar a los ciudadanos en referéndum. El aspecto más controvertido no radica en el fondo de la medida, que puede ser acertada, sino en las formas de una reforma constitucional sobre la que no ha habido debate y que ha descolocado a muchos dirigentes socialistas porque fue una propuesta del PP que en su día desestimó el Gobierno. Ahora Zapatero se la impone al candidato Rubalcaba, al que lo aleja de las bases sindicales y del movimiento 15-M, mientras ‘The Economist’ atribuye el mérito de la iniciativa a Rajoy. Amargo trágala para el PSOE, lastrado en sus expectativas por una bicefalia que rompe sus costuras y genera división interna. Pero al presidente se le agotó el margen de maniobra con ese rescate encubierto que hemos vivido con la compra masiva de deuda soberana por el Banco Central Europeo y que tendría como contrapartida esa reforma constitucional exprés. En esta tesitura actúa a la desesperada porque la única aspiración posible es hoy evitar un naufragio mayor de nuestra economía. De lo contrario no podría entenderse la apuesta por la temporalidad laboral para que no crezca más la lista de parados. La renuncia a la creación de empleo estable, una vieja bandera de Zapatero, es el síntoma más claro de la precaria situación, de la fallida reforma a medias del mercado de trabajo y del reconocimiento por el Gobierno de que no se cumplirá el crecimiento previsto para 2011. Se acabaron los sueños y solo impera el realismo en la nueva hoja de ruta improvisada en La Moncloa. Agosto deja un único punto positivo: el PSOE y el PP, como pedía el Rey con su habitual clarividencia, mostraron que pueden arrimar el hombro y alcanzar pactos, sin el chantaje de los nacionalistas, si prevalece el sentido de Estado en ambas filas. Ojalá fuera la semilla de otra forma de hacer gobierno y oposición. Si encima escucharan más a la ciudadanía, sería ya para nota.

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