PP y PSOE son como dos escorpiones en una botella a la deriva que se llama España. No hay tregua posible. Ni la hubo en la anterior legislatura ni parece que la habrá en ésta. Cambian las tornas, pero los modos de hacer política están enquistados. Parece que solo hay un estilo de gobierno y una forma de hacer oposición, esté quién esté en el banco azul o en los escaños de enfrente. Ahora como antes de las generales, los puentes entre gobierno y oposición son frágiles e inestables. No importa que el país esté de nuevo en recesión y haya 5,6 millones de parados. Los consensos siguen siendo quebradizos y puntuales. Se salvan in extremis cuando se bordea una crisis institucional, como sucedió tras el viaje del Rey a Botsuana. Solo en política antiterrorista hay una leal cooperación, al menos por ahora. Ya veremos cuando se acerquen las elecciones vascas de 2013. Ahora nos aguarda en la calle una primavera caliente por la reforma laboral y los recortes en sanidad y educación, con el PSOE en primera fila de las protestas. El próximo consenso que peligra atañe a la reforma del sistema financiero, una de las piedras de toque para la recuperación económica. España no saldrá del hoyo hasta que los bancos no depuren sus activos tóxicos inmobiliarios, saneen sus balances y fluya el crédito. La crisis pilló a los bancos y cajas con fuertes debilidades de las que aún no están recuperados. El sector estaba muy fragmentado (demasiados bancos y cajas de todos los tamaños) y sobredimensionado (una esquina, una oficina). Además tenía una excesiva concentración de riesgo hipotecario y los Gobiernos autónomos habían hecho y deshecho a su antojo en los órganos de gobierno de algunas cajas. Lo ha relatado reiteradamente el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Ordóñez. Eso sí, obviando la autocrítica por sus clamorosos fallos de supervisión de las cajas y poniendo solo el acento en todo lo hecho para reordenar el sector, que no es poco: saneamiento de activos sin destinar fondos a entidades que no hubieran limpiado sus balances; reducción del tamaño del sistema bancario mediante fusiones para optimizar costes y facilitar el acceso a los mercados del capital; conversión de cajas en bancos para mejorar su gobernanza y nuevas normas de transparencia para generar confianza en los mercados. Todo ha querido hacerse minimizando el coste de la reestructuración para el ciudadano. En teoría, todo el proceso lo pagará el propio sector. Pero la reforma va demasiado despacio para lo que exige el país. Muchas entidades siguen sin haber depurado su ‘stock’ de viviendas, quedan muchas fusiones por acometer y hacen más falta más fondos de los bancos para sufragar lo que resta. El FMI sospecha que no podrá terminarse sin inyectar dinero público. Y, mientras, persisten las dudas sobre algún grande, como Bankia. Ahora se barrunta alguna decisión del Gobierno y el PSOE se ha puesto en alerta. Ocurre que la hoja de ruta de Rajoy solo la conoce Rajoy. El otrora previsible líder del centroderecha, que acaba de anunciar una subida del IVA en 2013, es ahora una caja de sorpresas para todos, incluido el PP, que se abre cada viernes. Su frenesí reformista, y sobre todo sus silencios y su penosa comunicación, desconcierta hasta a las víctimas del terrorismo, en este país donde, por cierto, solo el Rey tiene la gallardía de pedir perdón.