Durante todo el siglo XX, la humanidad estuvo obsesionada con el futuro. Los avances tecnológicos se sucedían vertiginosamente y los conocimientos acumulados se duplicaban cada diez años. En ‘El shock del futuro’, Alvin Toffler teorizó en 1970 que los cambios se estaban produciendo tan rápidamente y en tan corto plazo que millones de personas no estarían preparadas para ese mundo que se avecinaba. El futuro llegaría precipitadamente y habría un fuerte choque adaptativo. Ese tiempo ya habría llegado y estaría produciendo una transformación sustancial en nuestras vidas: ahora solo nos preocupa el presente. Esa es la tesis del libro ‘El shock del presente’, que acaba de publicar el norteamericano Douglas Rushkoff. Vivimos el mundo del ahora, asevera este experto en cultura y comunicación. No hay tiempo para mirar atrás ni para anticipar lo venidero. Con las tecnologías de la información, además del espacio, se ha comprimido el tiempo. En la práctica, lo que nos ocupa es aquello que acontece en cada instante. Lo demás se orilla porque nuestra preocupación primaria es gestionar la avalancha de información de última hora y urgente que llega por el móvil, el correo electrónico, la televisión y las redes sociales. Pero que nos enteremos de los hechos de inmediato no significa que los entendamos mejor. Los medios de comunicación masivos, como la CNN, solemnizaron la información en tiempo real, pero luego la transformaron en un espectáculo donde la veracidad es casi un elemento secundario. La alternativa de las redes sociales, como Twitter, favorece la conversación y la participación, pero no la comprensión de la realidad. Al contrario, acentúan la prevalencia de lo fugaz, con una estructura narrativa donde la información fluye a ráfagas de forma descontextualizada. En la política, el cortoplacismo siempre fue la tónica, pero ahora más que nunca priman el presente continuo y el viaje con luces cortas. El debate pierde enjundia porque se traslada de los crepusculares hemiciclos a las bulliciosas redes sociales, donde descolla el refuerzo ideológico entre afines y el regate corto con 140 caracteres. Agobiados por las cuitas del presente, apenas se inquiere a esos políticos por sus proyectos de futuro. Ellos, como todos los demás, están volcados en lo urgente. Regiones como la de Murcia, pero también otras muchas, siguen estancadas en la indefinición estratégica, a la espera de que un cambio de ciclo las catapulte de nuevo hacia arriba. Mientras, el esfuerzo se centra en gestionar la escasez para cumplir objetivos a un año vista, no más. El éxito es superar el día a día, aunque no haya nadie tomando distancia para averiguar hacia dónde conviene ir y de qué manera. Pero si para acelerar el despegue hay que bregar colectivamente, lo inteligente sería definir primero cuál es el mejor destino y cuál es la hoja de ruta. Siempre será mejor intentar construir el futuro que esperar a que venga y no estemos preparados.