Cuando Sacyr Vallehermoso, con el murciano Luis del Rivero al frente, intentó en 2007 hacerse con el control de la constructora francesa Eiffage, el presidente de esta última, Jean-Francoise Roverato, declaró que no iba a consentir que unos «naranjeros y jugadores de golf» se adueñaran de la compañía gala. La despectiva frase dirigida al empresario murciano de las mil batallas por el control de grandes empresas, desde Repsol a BBVA, descalifica a quien la pronunció y da buena idea de que los pulsos empresariales son partidas de ajedrez en las que está permitido todo tipo de codazos y zancadillas. Lo cierto es que, antes y después de la presidencia de Del Rivero, a Sacyr le está pasando desde el inicio de la crisis del ladrillo lo que a las naranjas en la trilogía de El Padrino de Francis Ford Coppola: su presencia en pantalla anticipa una escena que acabará violentamente. Tras la retirada de la concesión del aeropuerto de Corvera, la empresa española se ve envuelta en un nuevo conflicto de mucha mayor envergadura a cuenta de la paralización de la tercera esclusa del Canal de Panamá. Los paralelismos entre uno y otro proyecto son notorios. Por distintas razones, pero bajo el denominador común de unas perspectivas de negocio deficitarias, a Sacyr no le tiembla la mano a la hora de lanzar órdagos a las administraciones con las que contrata, aun a costa de paralizar proyectos estratégicos. Desde luego, juega duro en la defensa de los intereses de sus accionistas. Como a todas las empresas españolas, le deseo que sus conflictos acaben de la mejor manera posible, pero lo que me preocupa más es la crisis reputacional que generan sus litigios. Para la marca España y para la marca de la Región de Murcia. La ejemplaridad y responsabilidad en la gestión no solo es una exigencia que alcanza al ámbito de lo público. A la vista están las consecuencias socioeconómicas de ciertas decisiones empresariales. No dudo de que el consorcio encabezado por el constructor español pueda tener razón en sus reclamaciones, pero es cuestionable que haya apuntado en su contabilidad, como ingresos, los sobrecostes incurridos en la ejecución de las obras de Panamá, pese a que tales partidas no son reconocidas por la Autoridad del Canal de Panamá. Sacyr reconoce el uso de ese criterio contable, validado por el auditor, en la respuesta a un requerimiento de la Comisión Nacional del Mercado de Valores sobre sus cuentas. Cayendo su cotización en Bolsa y admitiendo problemas de liquidez en su tesorería por una obra que le reporta uno de cada cuatro euros, no parece que Sacyr vaya a tener ahora más fácil la concesión de un préstamo de 200 millones para subrogarse el préstamo del Gobierno regional y abrir el aeropuerto de Corvera. Su volumen de negocio, con un 82% de sus contratos en el exterior, debería ser suficiente, pero siempre que se recupere de este golpe a su credibilidad. De momento, no pinta bien.