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Veneno

En el mundo de la ciencia se dice desde los tiempos de Paracelso que es la dosis lo que hace el veneno. Para mantener sus ejemplares a salvo de las plagas, los coleccionistas de insectos utilizaban ampollas de nitrobenceno, un compuesto que en pequeñas cantidades se usaba con seguridad en perfumería. Desapareció de los museos cuando se comprobó que ese líquido de color y olor almendrado era dañino para el ser humano en grandes cantidades y durante largos períodos de exposición. En política es el incorrecto manejo de los tiempos lo que genera toxicidad. Si las decisiones se aplazan, los problemas se pudren en los cajones. Pero también pueden estallar si se actúa con precipitación. Aquí no sirve ni la naftalina ni el nitrobenceno. Hay que fiarlo todo al olfato político. En la antesala de las elecciones europeas y de las autonómicas de 2015, el PP regional se halla en una de estas tesituras decisivas. A no mucho tardar debe decidir quién sustituirá a Ramón Luis Valcárcel. También el PSRM encara en los próximos meses unas primarias para elegir su futuro candidato. Valcárcel y Tovar sopesan los tiempos a fin de encontrar el momento electoral más oportuno para cada formación, mientras vigilan cualquier atisbo de tensión interna que pueda generar división. Ambos procesos suscitan un natural interés público, aunque las verdaderas transformaciones de calado son otras que no están permanentemente en el foco de la actualidad y de las que hay pocas noticias. El principal reto pendiente no es tanto la saludable renovación de liderazgos, o la continua revisión de las políticas, como el urgente cambio de unas reglas de juego que devuelvan la confianza de los ciudadanos en sus instituciones democráticas. La edición de ‘La fe nacional y otros escritos sobre España’, redactados por Benito Pérez Galdós hacia 1912, demuestra que los problemas de hoy son prácticamente los mismos que hace un siglo. Galdós decía entonces que harían faltan cien años para que nuestra clase dirigente se nutriera de personas más sabias. Se equivocó porque, por encima de la capacitación de unos políticos que son solo el reflejo de la sociedad, la mejora de la democracia depende de la calidad de sus instituciones. Y en el caso español arrastran desde hace tiempo la imperiosa necesidad de una profunda regeneración que no termina de llegar. Atina la eurodiputada Cristina Gutiérrez-Cortines cuando asevera, en páginas interiores, que el desafecto ciudadano «nos lo hemos ganado, no los políticos individualmente, sino el propio sistema y la estructura de partidos». Quienes asuman los nuevos liderazgos se enfrentan ahora a demandas ciudadanas muy diferentes a las existentes hace décadas, cuando las prioridades eran otras y no se pusieron los suficientes cortafuegos para frenar la carcoma institucional que nos inquieta. La dosis ya es venenosa y hallar un antídoto es hoy indemorable para nuestra apolillada democracia.

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