La transversalidad ideológica de los ‘tics’ totalitarios, el juego sucio y los comportamientos sectarios no tienen límites en el mundo de la política. A derecha e izquierda se suceden los golpes bajos y más ahora que los partidos regionales andan revueltos con los cambios de liderazgo en la antesala de unas elecciones. Siempre hay alguien que, de manera sutil o tosca, intenta presionar o influir de manera poco democrática para tomar ventaja. Casi forma parte de una ‘normalidad’ asumida porque en todos los ámbitos de la vida pública, desde luego no solo en la política, hay actos heroicos y otros miserables. Por ese motivo resulta muy llamativo que la Comisión Electoral de UPyD haya anulado desde Madrid las elecciones para elegir a su coordinador regional, con el argumento de que están ‘contaminadas’ por una acusación vertida en las redes sociales contra el candidato perdedor. Con las abundantes puñaladas cainitas que caracterizan a nuestros partidos, sorprende tanta exquisitez en las formas en la organización que lidera Rosa Díez, que ha tomado una de las decisiones más graves que puede adoptar una formación política, con el consiguiente deterioro para su imagen y riesgo de división interna en un territorio donde empezaba a despuntar. Semejante rigor en un ‘fair play’ al que no estamos acostumbrados levanta inevitablemente sospechas y UPyD se enfrenta al trance de tener que convencer públicamente de que todo esto no es una cacicada de Madrid por un resultado inesperado. Flaco favor le hace a su partido quien, en lugar de acudir a sus órganos internos, se ha desahogado en las redes sociales. En esto del juego sucio hay muchas variantes. Los hay en otros partidos que optan por métodos más florentinos, lanzando informes anónimos, o más clásicos y directos, como las denuncias judiciales de última hora. El caso de Pedro Antonio Sánchez, uno de los candidatos a suceder a Valcárcel, adquiere también tintes inéditos estas semanas porque en ese campo de batalla hay fuego cruzado, tanto amigo como enemigo. Lo más inaudito es que haya dirigentes con altas responsabilidades que no solo se sorprendan de las reticencias de terceros a meterse precipitadamente en sus fangos, sino que incluso les presionan públicamente en las redes sociales para que lo hagan, haya o no suficientes evidencias judiciales. No basta con erosionar la reputación del adversario. También se quiere desacreditar a quienes pretenden no dejarse imponer el relato de los hechos, por nadie. Lo inquietante es que demócratas de convicción contrastada muestren tan poco respeto por las libertades individuales y colectivas cuando se les calienta la mano en unas redes sociales donde la estulticia empieza a ganar enteros frente a la transparencia. Decía Bismark que «con las leyes pasa como con las salchichas, es mejor no ver cómo se hacen». Sería una ironía que llegáramos a pensar eso mismo de los procesos internos para elegir candidatos.