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Alberto Garre

Alberto Garre es un experimentado político de contrastada bonhomía, singular sentido del humor y una inequívoca entrega a una Región a la que puso por delante de los intereses de su partido cuando estuvo en juego el trasvase del Tajo. Es difícil no sentir aprecio personal y respeto por Garre, al que deseo la mejor de las suertes por la responsabilidad sobrevenida que le ha caído sobre los hombros. Falta le hará porque, además de la coyuntura política y económica, desembarca en San Esteban con el estigma de ser un presidente por descarte, de transición, tutelado desde el PP por Valcárcel, desconocido para la opinión pública, sin experiencia de gestión y desprovisto de un plan de vuelo conocido para un periodo de solo doce meses. Colmadas sus aspiraciones políticas, podía haber rechazado el ofrecimiento de Valcárcel y sin embargo se ha subido a la cabina de un tren en marcha que, según la hoja de ruta fijada por Valcárcel el pasado verano, debía conducir su ‘delfín’ Pedro Antonio Sánchez. La ronda de consultas a los alcaldes llamados a palacio, una especie de sondeo con reminiscencias medievales, había permitido ‘revestir el muñeco’ sucesorio con una ligera pátina de democracia interna, pero la inopinada decisión del TSJ trastocó todos los planes y el presidente improvisó una ‘tercera vía’ que frustrara lo que los camaristas entenderían como una victoria -la designación de Juan Carlos Ruiz- y a la vez diera cohesión a un partido en riesgo de división tras la marcha del hiperlíder. Juan Bernal ya había quedado descartado, víctima de los halagos de la clase empresarial y de los políticos de Madrid, y distanciado tanto del presidente, por su posición sobre el aeropuerto y el control del gasto sanitario, como de buena parte del PP, por temor a los efectos políticos de su tijera. Urgido por los tiempos, Valcárcel optó por Garre, el pegamento disponible que mejor pega en este momento. Cualquier atisbo de renovación generacional quedaba así aparcado en aras de una cohesión interna necesaria para vencer en las elecciones de 2015, que es de lo que va este tema. La Junta Directiva del PP, compuesta por al menos doscientos dirigentes que viven de la política, fue un mero trámite para quien tiene en su mano la elaboración de las listas para las próximas elecciones autonómicas y municipales. Quienes hace unas semanas querían votar candidatos callaron clamorosamente. No hubo debate. Ni una pregunta sobre el rumbo del partido o los mensajes a lanzar a la sociedad. Cierre de filas y designación unánime por aclamación. En dos semanas tendremos nuevo presidente regional, otro más, como Susana Díaz e Ignacio González, que brota de procesos internos partidistas en los que se prescinde de la opinión directa de los ciudadanos. Legítimo, pero poco saludable. De todo esto quien menos responsabilidad tiene es el propio Garre, un buen hombre con un indudable sentido de la lealtad. Lo dicho, que la fuerza le acompañe.

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