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Mazarrón

Un nuevo día está a punto de empezar en Mazarrón. Son las cinco y cuarto de la mañana y algunos jóvenes apuran la noche en las terrazas. Sergio Gallego, crítico gastronómico de ‘La Verdad’, y yo nos hemos citado a esa hora para embarcarnos en un barco que se dedica a la pesca de la gamba roja en el canto de Mazarrón, el punto donde acaba la plataforma continental y se encuentran las profundas simas donde habita el preciado crustáceo. Partimos a la seis. Por suerte para nosotros, hoy hace un día de ‘calmica’, nos dice Marchena, toda una institución entre los profesionales que trabajan frente a nuestras costas. Él no vendrá. Jubilado y con las secuelas de muchos golpes de la mar en sus vértebras, está obligado a caminar un par de horas diarias por prescripción médica. A bordo viajan dos de sus hijos, Juanma y Pedro Melchor, y un primo de estos, Pedro Rodríguez ‘El carbonilla’, tres cualificados profesionales que de seis de la mañana a seis de la tarde, cuando la jornada no se prolonga por algún incidente con las artes de pesca, llevan diariamente el pan a sus casas gracias a la captura de la gamba. El más joven, Juanma (26 años), toma el puente de mando y ejerce un liderazgo que emerge de forma natural desde que salimos de puerto. Camino del canto, nos encontramos con otros pesqueros, un par de veleros solitarios y un grupo de delfines que cruzan la bahía desde las inmediaciones de Cabo Cope en dirección a Cabo Tiñoso. Llegamos al punto de destino y comienza la suelta de redes, puertas y cables para iniciar el arrastre. Los tres marineros actúan con precisión milimétrica. Lo importante es no cometer errores, me dice el patrón mientras maneja con estudiada lentitud los movimientos de la nave. A las 12, la primera recogida. Y una segunda, a las cuatro de la tarde. Cada vez que inician las maniobras de captura, Juanma se gira hacia popa y se persigna. Hasta que todas las artes y la carga de gambas estén sobre cubierta no hay distracción posible. Cualquier error complicaría la jornada. El miércoles no les fue mal. Unos 50 kilos de espléndidas gambas rojas llevaron a puerto. A lo largo del día hubo unas cuantas horas muertas. Juanma y yo hablamos largo y tendido. De su trabajo, del mío, de la crisis, de fútbol (conocemos a bordo que la Justicia ordinaria ha ordenado mantener al Real Murcia en Segunda A)… hasta de la muerte del actor Robin Williams. Y todo eso sin perder de vista las pantallas que marcan el correcto desplazamiento del arrastrero. Atlético de los de siempre, zagal de hábitos saludables que no fuma ni bebe y juega al fútbol playa, es capaz de machacarse en el gimnasio después de doce horas de meneos y sacudidas por el batir de las olas. Ni una queja salió por su boca. Pese al cansancio, abandoné reconfortado el barco. Qué buena gente, pensaba. Trabajadora, sana y llena de ilusiones. Gente de aquí, de Mazarrón, esa perla mediterránea donde otra noche estrellada, mientras escribo estas líneas estivales, está a punto de inundar la bahía con sus reflejos de luz.

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