Una semana después de las elecciones generales, la gobernabilidad de España sigue en el alero. Y lo más probable es que continúe así al menos hasta la constitución de las dos Cámaras el 13 de enero. Lo único que parece seguro es que el Ejecutivo que finalmente se fragüe, si es que no hay nuevas elecciones, tendrá una débil estabilidad en una legislatura que se presume corta. La fragmentación de fuerzas resultantes del 20D no ha puesto nada fácil la formación de alianzas. Y además, los primeros movimientos políticos han demostrado la falta de experiencia en estas lides de nuestros dirigentes y la voluntad de alguno de forzar otro proceso electoral.
Durante la misma noche del escrutinio, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, marcó una línea roja imposible, al supeditar cualquier pacto a la convocatoria de un referéndum sobre la independencia de Cataluña, una condición destinada al fracaso porque exigiría de un acuerdo del PSOE y del PP para reformar la Constitución. Iglesias podía haber fijado como prioridad su reiterado plan de rescate social, pero parece deudor de las fuerzas y de los militantes nacionalistas que le dieron su apoyo en Cataluña, País Vasco, Galicia y la Comunidad Valenciana. Se pregunta el líder de los círculos quién manda en el PSOE, pero cabe preguntarse hasta qué punto también tiene las manos libres para alcanzar alianzas. Proponer la ocurrencia de que un independiente presida el Gobierno no ha hecho más que acrecentar la idea de que, a día de hoy, subyace una estrategia calculada para forzar otra llamada a las urnas y aprovechar su ola ascendente de apoyos. En otras palabras, de proseguir con la remontada.
La estrategia de Iglesias ha puesto en serios apuros al líder socialista Pedro Sánchez, quien cometió algunos errores de bulto desde la noche electoral, probablemente porque toda la presión ambiental ha recaído sobre él tras el 20D. Desde ámbitos económicos y europeos le llegan mensajes favorables a un acuerdo con el PP, al menos para abstenerse y dejar que Rajoy forme gobierno. Pero su ‘no’ de entrada a la propuesta del presidente en funciones ha suscitado alarmas incluso en el seno de su partido, donde muchos barones temen que una alianza con Podemos acabe por fagocitar al PSOE, más aún si se alimentan las tesis separatistas. El error de Sánchez no fue su rechazo a la primera oferta de Rajoy, que era lo previsible y coherente con su campaña, sino anunciar, habiendo obtenido los peores resultados electorales del PSOE, que retrasaría el próximo congreso socialista a primavera para presentarse de nuevo, con la vista puesta en ser cabeza de cartel si hubiera nuevas elecciones. Las declaraciones de Susana Díaz y de otros barones, recriminándole que fije la estrategia de pactos sin someterlo a consulta interna, han elevado la temperatura del Comité Federal que se celebrará mañana.
La convulsión en el PSOE ha liberado de tensión al PP de Rajoy, quien no escuchó la más mínima crítica de sus barones en el comité ejecutivo popular, pese al inmenso batacazo del pasado domingo. Rajoy trasladó toda la presión a Sánchez en su encuentro en La Moncloa, pero aún así está en una situación más que comprometida porque una abstención de los socialistas se vendería cara, probablemente solicitando la cabeza política del presidente en funciones. Que las aguas bajen menos turbias en el interno del PP no significa que las perspectivas sean mejores. Como partido más votado, le corresponde a Rajoy tomar la iniciativa. Y de momento no ha tenido margen para el error. Ya se verá cómo maneja la situación. Mientras, el mensaje navideño del Rey aportó serenidad a un escenario donde el indispensable diálogo debe basarse en referencias unitarias, que no pueden saltar por los aires por la legítima tentación de conservar o conquistar el Gobierno. Nos quedan semanas de incertidumbre. Más vale armarse de paciencia y confiar en la capacidad de nuestros líderes para finalmente acertar en sus acuerdos de gobernabilidad. Los españoles han querido mayor pluralismo político en el Parlamento, pero no un país en permanente desgobierno.