La democracia tiene una cara, que es votar, y una cruz, que es pagar impuestos. Esa era la idea del lema ‘Hacienda somos todos’, utilizado por el ministro Fernández Ordóñez en 1977 para vender ante la opinión pública la primera reforma fiscal de la Transición. Y nos lo creímos y empezamos a pagar (bueno, no todos), pensando que somos iguales ante la Agencia Tributaria como lo somos ante las urnas. Ayer, la abogada del Estado en el juicio del ‘caso Nóos’ nos recordó lo que efectivamente es cierto, que aquello solo era un eslogan publicitario. Mala cosa. Dos días antes, ese peculiar demócrata que es Artur Mas también nos espetó que esta relevancia sagrada del voto es relativa. «Aquello que las urnas no nos dio directamente se ha corregido a través de la negociación», sentenció sobre el acuerdo de investidura con la CUP. Fantástico, oiga.