Hace unos 60.000 años, un grupo de humanos anatómicamente modernos abandonaron África. Estos Homo sapiens de los que desciende toda la humanidad se mezclaron en ocasiones con los neandertales y otras poblaciones de humanos más arcaicos que encontraron a su paso en su expansión por Europa y Asia. Hoy se sabe que en el ADN de quienes poblamos el Viejo Continente existe entre un 1% y un 4% de material genético que hemos heredado de los neandertales. Es un pequeño legado genético que parecía intrascendente hasta que científicos estadounidenses detallaron este viernes que parte de ese ADN neandertal de nuestras células está asociado a una amplia variedad de patologías inmunológicas, dermatológicas y psiquiátricas. Si los primeros humanos modernos se hibridaron con los neandertales en su expansión por Euroasia fue porque ese mestizaje tuvo que ofrecer ventajas competitivas de forma inmediata para sobrevivir, aunque por lo visto eso dejó unos cuantos pelos en la gatera de nuestro genoma. A los neandertales les fue mucho peor. Acabaron desapareciendo de la faz de la tierra. Las únicas huellas que quedan de su existencia son huesos fosilizados y ese ADN en nuestro genoma.
Desde los primeros humanos hasta nuestros días, la historia de la política ha sido un relato de disputas y alianzas para conquistar el poder y controlar el territorio. Los nuevos partidos surgidos en España vienen con la intención de sustituir a los antiguos, como hicieron los sapiens con los neandertales, pero a través de procesos democráticos y si es preciso, llegando inicialmente a acuerdos con ellos. De momento, populares y socialistas han aguantado el empuje de los emergentes. Son inexpertos y están menos organizados, pero avanzan deprisa porque apenas han tocado poder y viajan con una mochila desprovista de múltiples casos de corrupción. No son ni mejores ni peores, pero se adaptan con más habilidad al cambiante ecosistema mediático y social. No tener pasado es más un ventaja que una tara, aunque algunos intentan acelerar el ‘sorpasso’ porque las primeras experiencias de gestión en las grandes ciudades empiezan a pasar factura. Como los anteriores, también actúan como una tribu, proclive al sectarismo y al cierre de filas. No olvidan que en política rige la selección natural. Solo sobreviven los más fuertes y cohesionados. Que Podemos quiere reemplazar al PSOE como primera fuerza de la izquierda no es un secreto. A ello contribuyeron los propios socialistas, poniéndolos al mando de Madrid y Barcelona, porque con esos matrimonios de conveniencia desplazaban a los populares. Ahora Pedro Sánchez tiene la oportunidad de alcanzar La Moncloa con un acuerdo de gobierno que pasa ineludiblemente por incluir a Podemos o a Ciudadanos. Si fracasa, Rajoy tendría su oportunidad, hoy bastante remota porque depende del voto favorable de Ciudadanos y la abstención del PSOE. En cualquiera de las opciones posibles, las nuevas formaciones ya han logrado su primer objetivo. A pesar del menor respaldo electoral, los errores de los otros les han hecho imprescindibles.
Enfrentados, con todos los puentes rotos, PP y PSOE dirimen estos días quién ocupará el poder, aunque del desenlace de los pactos de gobierno también depende la propia supervivencia política de Rajoy y Sánchez, que están vinculando la suerte de las formaciones que dirigen a las suyas. Por encima de los intereses de partido, y ya no digamos de los personales, están los nacionales, pero esto último parece secundario en un momento donde la incertidumbre institucional no hace sino empeorar los efectos de desaceleración económica en Europa. La imagen de conjunto que proyectamos al exterior es de enorme debilidad política, con un presidente en funciones sin iniciativa y acorralado por la corrupción en su partido, y un candidato derrotado en las urnas, que sin embargo podría lograr la investidura y liderar una incierta etapa de muy complicada gobernabilidad. Los pactos, si llegan, garantizarán una supervivencia inmediata para unos u otros, pero no necesariamente una larga y saludable vida. La hibridación en política también deja secuelas. Pase lo que pase, un nuevo ADN político se ha abierto paso e imprimirá su huella, quede lo que quede.