Eterno candidato al Nobel de Literatura, el poeta Adonis era un niño cuando el presidente sirio Chukri al Kuwatli visitó su aldea al norte del país y tuvo la oportunidad de leerle un poema. Impresionado, el presidente le preguntó qué podía hacer por él, a lo que el menor, hoy considerado a sus 85 años como uno de los grandes poetas del mundo árabe, contestó: «Mandarme a la escuela». Adonis, seudónimo de Ali Ahmed Said Esber, se exilió en los años 50 a Líbano y recaló en los 60 en París, donde ha desarrollado gran parte de su producción literaria, convirtiéndose en una de las voces más lúcidas del mundo árabe. Adonis acaba de publicar en España su último ensayo, ‘Violencia e Islam’, una obra que encierra numerosas claves para entender lo que sucede en Oriente Próximo y las raíces del Estado Islámico, que ha vuelto a golpear esta semana con brutal saña asesina en el metro y en el aeropuerto de Bruselas. Dos ideas sobrevuelan su visión del problema: la ausencia de democracia en el mundo árabe a lo largo de su historia, donde todos los regímenes son tiránicos con pequeñas variaciones de grado, y la ausencia de una separación radical entre la religión y la cultura, la sociedad y la política. Ni siquiera en la fallida Primavera Árabe o en los grupos opositores que surgen en cada país existe un proyecto para acabar con ese vínculo entre el Islam y el Estado que perdura desde la Edad Media. Lo que se dirime es exclusivamente la conquista del poder, cuando lo urgente son cambios sociales que acaben con la cultura tribal y la represión de los derechos humanos, y favorezcan la liberación de las mujeres prisioneras de la ley coránica. Se podrá combatir con ejércitos a ese Estado Islámico, que degüella a sus prisioneros, encierra a mujeres en jaulas y destroza joyas arquitectónicas como Palmira, pero a juicio de este poeta sirio el problema persistirá si no se combate también con un cambio cultural, con una revisión del Islam que lo desprenda de sus componentes violentos y con una auténtica separación de la religión y el poder político. Ahí es nada, aunque parece el único camino.
Adonis no es nada complaciente con el trato recibido por los refugiados sirios de la Unión Europea, las principales víctimas del Estado Islámico. Todo lo contrario. Las raíces del problema árabe son endógenas, aunque Europa no ha contribuido demasiado a resolverlas, pese a su responsabilidad colonial después de la Primera Guerra Mundial. La UE no puede actuar ahora con parsimonia ni ante el drama humanitario de los refugiados ni ante la violencia asesina del yihadismo, que acaba de cercenar la vida de más de treinta personas en Bélgica. Lo mínimo que cabe exigir a los 28 es que actúen coordinadamente y con generosidad tanto en materia de solidaridad como de respuesta policial para hacer frente a dos de los mayores desafíos que tienen planteados. Enfrentarse a quienes son capaces de perder su vida para aniquilar la de otros muchos es un reto mayúsculo que deberá encararse con determinación y sin perder los valores que han hecho de nuestras democracias, con todas sus imperfecciones, la mayor conquista social del mundo contemporáneo. Nada genera más inseguridad y coarta más la libertad que la impasibilidad de los poderes públicos. Las dudas que ha generado Bélgica, por su modelo de integración multicultural y sobre todo por la desconexión de sus servicios policiales entre sí y respecto al de resto de países europeos, deben disiparse a la mayor prontitud. Parece ya trágicamente obvio que, junto a la unidad contra el yihadismo, es necesaria una estrategia más global y eficaz para dar respuesta a una amenaza que causa el 99% de sus víctimas en Oriente Medio, el sureste asiático, África y el subcontinente indio. Si la solución pasa por profundas transformaciones sociales y culturales en los países árabes, como sostiene el poeta Adonis, esta explosión de barbarie no va a ser cosa de unos pocos años. Si nos quedan muchas lágrimas que derramar por víctimas inocentes, no debería haber excusas para encarar de forma unitaria y decidida un problema que está detrás del peligroso auge de formaciones políticas xenófobas y radicales en Francia, Países Bajos y, más recientemente, Alemania.