La falta de sensibilidad medioambiental y un oportunista negacionismo fueron los polvos que trajeron estos lodos al Mar Menor. El Gobierno regional debería ir pensando en estrategias de adaptación al cambio climático
La Región de Murcia tiene ante sí un panorama muy complicado en los próximos meses porque afronta dos retos mayúsculos, la sequía, que asfixia a la agricultura, y la recuperación medioambiental del Mar Menor. El acuerdo entre Pedro Antonio Sánchez y la ministra Tejerina ha rebajado la angustia de los agricultores, aunque lo pactado era el mínimo que cabía esperar del Ministerio estando la cuenca del Segura rozando el nivel de alerta y la zona regable del Trasvase muy cerca del nivel de alarma. No prorrogar el decreto de sequía en estas circunstancias habría sido injustificable y escandaloso, pero hasta lo más básico parece que cuesta una enormidad. Ha tenido que haber una amenaza de manifestación de los regantes en Madrid y mucha presión política desde Murcia para que incluso se autorizaran los 10,4 hectómetros cúbicos que se precisaban con urgencia. Y eso que la compraventa de caudales iba a estar blindada con el Memorándum del Trasvase.
A nadie le puede sorprender, por tanto, la preocupación y el malestar acumulado por los regantes: los automatismos en las reglas de explotación y las cesiones de agua, todo teóricamente dotado de una mayor seguridad jurídica, eran el dulce que suavizaba el amargo trágala del aumento de la reserva no trasvasable del Tajo. A partir de enero, en virtud del discutido Memorándum, la reserva subirá hasta los 368 hm3. Un año después ya será de 400 hm3. De continuar el ciclo seco y el escenario de subidas de temperaturas, como todos los modelos científicos apuntan, podríamos llegar al ‘trasvase cero’ antes de que fructifique un hipotético Pacto Nacional del Agua.
El compromiso del Ministerio para agilizar la apertura de pozos del Sinclinal de Calasparra y la puesta en marcha al máximo de tres desaladoras pueden servir para garantizar el agua hasta primavera si se aplica con celeridad y eficacia. Pero no deja de ser una solución provisional para una situación de emergencia. La mejor noticia sería hoy un cambio en el régimen de lluvias que traiga agua, aquí y en la cabecera del Tajo, lo que en principio descarta la Aemet, que pronostica un otoño seco en un escenario climático de aumento de temperaturas. Por ese motivo, al margen de solucionar los problemas urgentes y plantear alternativas para el déficit de recursos hídricos, el Gobierno regional debería conectar las luces largas e ir pensando en estrategias de adaptación al cambio climático si no queremos que implosione el sector agroalimentario o se pongan en riesgo joyas medioambientales como el Mar Menor, cuya degradación por los vertidos de nitratos se ha acelerado con el aumento de temperaturas, que este verano alcanzaron los 32,5 grados en sus aguas.
Ha hecho bien el Gobierno regional en poner en manos de un comité de científicos el control de la evolución de la laguna. Que los análisis del paciente sean supervisados y se hagan públicos aportan seriedad y tranquilidad. En el pasado ya se han cometido demasiados errores menospreciando la información de los expertos. Lo que estaba sucediendo en el Mar Menor con los vertidos de nitratos había quedado en 2010 explicitado en el esquema de temas importantes del Plan de Cuenca del Segura que aprobó la Confederación Hidrográfica. La respuesta del entonces consejero Cerdá es que esos datos no tenían rigor científico y que no se reducirían los regadíos. «El Mar Menor está mejor que nunca», dijo. La falta de sensibilidad medioambiental y un oportunista negacionismo fueron los polvos que trajeron estos lodos.
Entramos en el cuarto año de un ciclo de sequía. La Organización Mundial de Meteorología advirtió este viernes de que las «extraordinarias temperaturas» de este verano a nivel global están «llamadas a convertirse en la nueva norma». Se puede mirar hacia otro lado o actuar con responsabilidad. En el pasado no ha existido un seguimiento coordinado de la evolución medioambiental del Mar Menor y no se puede afirmar, por tanto, que hoy está mejor que ayer. Solo que está más protegido que antes del verano, afortunadamente. Mejor eso que la desidia de antaño. Su evolución es una incógnita, pero se está a tiempo de evitar el desastre si se mantiene la constancia y el rigor en la búsqueda de estrategias que conjuguen la preservación de la laguna y de la agricultura del Campo de Cartagena.