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Podemos y PSOE exhiben frívolamente sus divorcios estratégicos en el seno de sus partidos en la antesala de los comicios vascos y gallegos. Todo lo que pierde Rajoy con los casos Soria y Barberá se lo regala la izquierda con sus luchas intestinas

Es sabido que las campañas electorales son los momentos menos propicios para emprender acercamientos entre partidos. Por el contrario, son tiempos destinados a diferenciar la oferta política ante los ciudadanos, habitualmente con el tono dialéctico más bronco posible. Pero esta vez existía la bondadosa esperanza colectiva de que los comicios de hoy en Galicia y País Vasco podrían ser decisivos para desbloquear la gobernabilidad de España. Feijóo y Urkullu ganarán hoy de calle, si se cumplen los sondeos, aunque en ambos casos pueden necesitar apoyos para gobernar. Y esa necesaria búsqueda de muletas podría facilitar a los líderes nacionales alguna alianza que impida unas terceras generales. Sin embargo, hoy la impresión generalizada es que el tren avanza sin frenos hacia esa disparatada tercera vuelta.

Si el PP logra esta noche la mayoría absoluta en Galicia, aunque sea por muy estrecho margen, Rajoy afianzará su convencimiento de que podría obtener todavía mejores resultados en diciembre. Sin la presión del control al Ejecutivo en las Cortes, el paso del tiempo le favorece. Todo lo que pierde con la gestión del caso Soria, el de Rita Barberá y el rosario de sumarios judiciales por presunta corrupción, se lo regala la izquierda con sus luchas intestinas, desatadas en el peor momento para sus aspiraciones en Galicia y País Vasco. En la recta final de estas elecciones autonómicas, Podemos entró en modo ‘Brangelina’ (Pablo Iglesias e Íñigo Errejón exhibiendo frívolamente en mensajes de 140 caracteres su divorcio estratégico en el seno de Podemos). El PSOE también eligió el peor momento para poner a prueba sus costuras. A unos días de esta cita electoral se recrudeció el enfrentamiento entre los barones (los dirigentes socialistas que gobiernan) y el secretario general Pedro Sánchez, que para sobrevivir políticamente tiene que gobernar y para lograrlo amaga con lo que Rubalcaba llamó la vía Frankenstein: un Ejecutivo del PSOE, con Podemos y los independentistas. Una hoja de ruta suicida si incluye un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Puede que en el trasfondo de esta pugna esté el temor de los barones a un concierto fiscal para Cataluña similar al vasco que perjudique a sus territorios o que solo sea una cortina de humo de Pedro Sánchez para asegurarse en un congreso exprés su puesto al frente de la secretaría general de los socialistas. Lo cierto es que, sea lo uno o lo otro, esta batalla cainita se convertirá en una losa en las urnas para el PSOE.

No es fácil de entender lo que sucede en la política española. En buena parte porque se guía por criterios ausentes en otros ámbitos de la vida pública. A la vista de los resultados obtenidos desde diciembre, en el mundo de la empresa privada, por ejemplo, hace tiempo que los actuales líderes políticos habrían sido relevados de sus puestos de responsabilidad. Cuando el electorado se pronunció en diciembre en las urnas y acabó con el bipartidismo, optó por un cambio profundo de la política que pasaba por la búsqueda de consensos, de reformas y de regeneración de la vida pública. Cada partido, sin embargo, lo interpretó como quiso y así estamos, sin Gobierno y sin un solo avance real en los problemas de fondo del país. Lo curioso de esta cansina pugna por el poder es que al ganador le espera un infierno por delante, porque gobernará con mínimos apoyos en el Congreso de los Diputados. Cualquiera que sea el desenlace, las perspectivas de inestabilidad política para los dos próximos años son realmente preocupantes.

Mientras, la política regional avanza en paralelo hacia una zona de fuertes turbulencias. Por más que el presidente Pedro Antonio Sánchez transmita tranquilidad, lo cierto es que tarde o temprano se va a encontrar ante la más que probable tesitura de ser llamado a declarar en el TSJ en calidad de imputado, o investigado, si se prefiere. Por el caso ‘Auditorio’ y por el caso ‘Púnica’, a tenor del último auto del juez Velasco. Sánchez es plenamente consciente de esa posibilidad y ya ha sopesado su reacción política en ese hipotético escenario. Convencido de su inocencia, por la mente del presidente no pasa abandonar el cargo. Su problema es que no va a depender de él, sino de la respuesta de Ciudadanos, en Madrid, y del momento político nacional en que pudiera estallar esa bomba política. Lo sabremos antes de Navidad.

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