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Apoptosis socialista

La guerra entre Sánchez y los críticos, que acabó con la dimisión del secretario general en un caótico Comité Federal, ha puesto al PSOE al borde de un cisma. España necesita ya un Gobierno. Pero también un PSOE sólido y unido

Al PSOE, un partido proclive a debates entre corrientes internas que en ocasiones derivan en luchas cainitas, la pugna interna se le fue esta vez de control, adentrándose en un peligroso proceso autodestructivo. Una especie de apoptosis o muerte celular programada que ha terminado por desencadenarse con el ‘golpe de los coroneles’ de Susana Díaz y el atrincheramiento en la secretaria general de Pedro Sánchez, aferrado al timón de la nave hasta pasadas las 8 de la noche de ayer, con el apoyo de una gran parte del partido y sobre todo de la militancia. El Comité Federal, que en un tenso clima de total enfrentamiento tardó ayer más de cinco horas en arrancar por cuestiones de procedimiento, evidenció la magnitud de una guerra interna que, por la importancia del PSOE en la historia democrática de España, reviste una especial gravedad. El lamentable y caótico espectáculo de la confrontación vivido ayer en el interior de Ferraz (de los insultos en la puerta a históricos del PSOE mejor no hablar) era inimaginable hace semanas, pero cobró visos de realidad cuando el pasado lunes, un día después de las severas derrotas electorales en Galicia y País Vasco, Sánchez lanzó un órdago (congreso exprés y primarias en cuestión de semanas) y el sector crítico respondió con la dimisión de 17 miembros de la Comisión Ejecutiva. «Si fue un golpe de estado estuvo dirigido por un sargento chusquero», llegó a afirmar el exministro Borrell, sin saber que lo más esperpéntico estaba todavía por llegar.

En efecto, aunque maltrecho, Pedro Sánchez aguantó en pie, sostenido por un instinto de supervivencia política sin precedentes. Sin el apoyo de seis de los siete barones con responsabilidades de gobierno, con las federaciones territoriales socialistas más numerosas y con más peso en su contra, cualquier otro habría arrojado la toalla. En tales circunstancias el futuro político de un secretario general del PSOE es igual a cero. Pero Sánchez, el primero elegido en primarias por la militancia, emprendió una huida hacia adelante y decidió presentar batalla hasta el final contra el grueso del poder territorial del partido. La consigna era resistir a toda costa (primera lección del marianismo).

Algún colaborador cercano debió susurrarle al oído aquella frase de Benjamin Franklin (’la democracia son dos lobos y una oveja votando sobre qué se va a comer’) y en la víspera del Comité Federal intentó acotar el contenido del debate y condicionar qué se iba a votar: «O se monta una gestora que lleve a que gobierne Rajoy a través de una abstención del PSOE o deciden los militantes en un congreso, mantenemos el ‘no’ a Rajoy e intentamos un gobierno alternativo, de cambio y transversal, como aprobó el Comité Federal». O Rajoy o yo. Pero el nuevo envite de Sánchez no arredró a los críticos y las primeras horas del cónclave socialista fueron una pugna feroz sobre qué, cómo y quién iba a votar. A partir de ahí, entre abucheos y llantos, oficialistas y críticos comenzaron a bloquearse todas sus propuestas. Al cabo de 11 horas, finalmente los asistentes votaron a mano alzada la propuesta de Sánchez del congreso extraordinario. Y ahí acabó la historia. Los críticos doblegaron a los oficialistas por 132 votos en contra frente 107 a favor. De inmediato, el secretario general anunció su dimisión, tal y como prometió si perdía.

No había más que echar un vistazo ayer a las redes sociales y escuchar los insultos a las puertas de Ferraz para comprobar que Pedro Sánchez logró que entre los afiliados calase su relato reduccionista de la crisis: un enfrentamiento entre dos «bandos», los que están por el ‘no’ a Rajoy y los que están a favor de la abstención en una próxima investidura del líder del PP. Una visión simplista, pero muy eficaz, que ya está estigmatizando al sector crítico, pese a su victoria, y que en el futuro puede ser una herencia letal para todo el partido socialista. Las bases ya tienen un mártir. Sánchez lo ha tenido más fácil para imponer su visión de los hechos porque sus oponentes han hablado con muy poca claridad. Susana Díaz insistía en que la prioridad en este momentos es la gobernabilidad de España, pero no explicitaba si la nueva gestora apoyará la investidura de Rajoy con su abstención, como todo indica. Los críticos temían que Sánchez intentara de nuevo su investidura apoyado por Podemos, Ciudadanos y los nacionalistas, una alianza que parece imposible por la incompatibilidad declarada de C’s y Podemos y porque el referéndum de autodeterminación es ya el único objetivo de los nacionalistas catalanes. Convencidos del fracaso de ese pacto, los críticos creen que en unas terceras elecciones el PP barrería (el electorado votaría en clave de gobernabilidad como en el País Vasco y Galicia) y Podemos podría dar el ‘sorpasso’ para convertirse en la primera fuerza de la izquierda. Recomponerse en la oposición, siendo aún el principal referente de la izquierda, y abrir una reflexión, es la tesis susanista que se vislumbra ahora. Sin embargo, siendo lo sustancial, ayer no se abordó ese debate, ni ningún otro de ideas, en el Comité Federal.

El PSOE parece hoy roto y el daño sufrido, irreparable. La derrota de Sánchez tendrá además consecuencias territoriales. También en la Región de Murcia. A primera vista son muy profundas las heridas que la batalla fratricida provocó en toda la organización. Ya no solo por la división exhibida públicamente entre los dirigentes, sino por la posibilidad de que triunfe la idea de que ayer asistimos en Ferraz a un golpe contra la militancia. Puede que así sea. Pero quien lo piense no debería olvidar que si hubiera sido por los militantes, el PSOE habría seguido siendo marxista y Felipe González no habría gobernado este país. España necesita un Gobierno cuanto antes. Pero también un PSOE sólido y unido. Ojalá que restañe pronto sus heridas y vuelva a ganarse el lugar que merece por su aportación a nuestra democracia.

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