En el llamado sexenio democrático o revolucionario (1868-1874), España vivió un destronamiento, un régimen provisional, una regencia, una monarquía democrática, una abdicación, una república federal, otra unitaria, varias guerras civiles simultáneas, un nuevo régimen provisional y, finalmente, la restauración de la dinastía destronada al inicio de ese convulso periodo. 2016 no llega ni de lejos a esas cotas de inestabilidad, pero no ha existido desde la Transición democrática otro año con semejante grado de interinidad. Después de más de trescientos días de Ejecutivo en funciones, dos llamadas a las urnas con sendas investiduras fallidas y varios pactos frustrados, Mariano Rajoy se convirtió ayer en presidente del Gobierno. Y curiosamente, después de todo, con el menor rechazo de nuestra reciente historia democrática porque el principal partido de la oposición, el PSOE, no votó ayer en contra de la investidura, sino que se abstuvo en su inmensa mayoría. Solo Pedro Sánchez, que dimitió horas antes, y quince diputados socialistas se mantuvieron fieles al ‘no es no’.
La investidura de Rajoy abre una legislatura de duración incierta, pero a buen seguro tormentosa, para un Gobierno sin un pacto de legislatura y en franca minoría ante una oposición muy fragmentada que saldrá a morder. Cualquier iniciativa legislativa deberá pactarla con más de un grupo de la oposición, que tendrá a merced al Ejecutivo en las votaciones parlamentarias, salvo en aquellos proyectos que implican gastos adicionales porque el Ejecutivo retiene en su mano el escudo de la ley de estabilidad presupuestaria. Esa debilidad parlamentaria supone, sin embargo, una oportunidad para desatascar reformas pendientes de calado, como el modelo de financiación autonómica, el pacto por la educación, el sistema público de pensiones y quién sabe si la reforma constitucional, el problema catalán, el ansiado pacto nacional del agua y la reforma del modelo energético. Más le vale a Rajoy elegir a ministros con talante negociador y habilidad política porque se avecinan tiempos de ineludibles pactos. No es el presidente muy dado a los cambios sobre la marcha. De hecho, ya mantuvo en su anterior equipo, hasta que la presión fue insoportable, a varios ministros (Wert, Mato, Soria..,) que no dieron la talla desde el primer minuto. A otros, los más cercanos (Fernández Díaz y Margallo), los sostuvo contra viento y marea hasta el final. Ahora que Rajoy tendrá que ganarse la estabilidad día a día, ya no podrá optar por otro gabinete de viejos amigos y colaboradores. La elección de sus ministros, que se conocerá el jueves, será el primer mensaje de esta nueva etapa de diálogo forzoso al que Rajoy se cuidó muy mucho ayer de poner límites. No puede olvidar, sin embargo, que le corresponde a él y a su partido tomar la iniciativa para procurar los acuerdos que garanticen la legislatura más estable y fructífera.
Pese a que todos los candidatos acudieron a las segundas elecciones con la promesa de que no habría unas terceras, el desbloqueo solo llegó con el ‘golpe de los coroneles’ socialistas liderado por Susana Díaz contra Pedro Sánchez. La batalla por el control del partido se cobró la cabeza del exsecretario general, que ayer, al anunciar que abandona su escaño, dejó claro que no renuncia a volver a coger el timón del PSOE en unas primarias. Su petición de que la gestora las convoque de inmediato revela sus intenciones. Cuanto más tiempo pase, fuera ya del hemiciclo, menos oportunidades tendrá. Tan claro como que Susana Díaz hará lo posible por retrasarlas al máximo.
La guerra del PSOE tiene muy mal pronóstico. El pasado domingo, como si invocaran inconscientemente la primera frase de una canción de Georges Brassens (‘Morir por una idea es una idea excelente’), llegaron al Comité Federal del PSOE los postulantes del ‘qué parte del no no entiende’ dispuestos a defender su hoja de ruta ¿suicida?: acudir a terceras elecciones sin candidato, divididos y sin un proyecto aglutinador. Pero en Ferraz se toparon con un coro más numeroso de partidarios de la abstención para evitar una debacle electoral . Y así prevaleció finalmente otro verso de la canción de Brassens (‘Muramos por una idea, de acuerdo, pero que sea de muerte lenta’). Susto o muerte, ese era el dilema. Parece que prevaleció la primera opción, aunque según qué bando relate la historia no queda claro cuál de los dos caminos (el no o la abstención) podría conducir al partido socialista a su cadalso. En realidad, no importa tanto quién tuviera razón en esta encrucijada. Lo grave no era el dilema sino la evidencia de la profunda fractura interna en un partido con mil voces. No es un descosido, es un roto imparcheable, que precisa de un traje nuevo y de un líder que lo porte y lo exhiba con convicción. En esta guerra trufada de descalificaciones personales han olvidado hasta la reacción más instintiva en situaciones de peligro. Desde que los humanos se convirtieron en bípedos, agruparse es la mayor garantía para la supervivencia cuando no cabe la huida. Cerrar filas, lo llaman los políticos. Han optado, por el contrario, por desollarse en directo a la vista de todos. Convertido Ferraz en un trasunto del rancho de Waco emerge una pregunta: ¿si tanta desconfianza suscitan los unos en los otros, y viceversa, quién de fuera puede confiar hoy en ellos? Que sirvan de consuelo para los militantes socialistas las intervenciones en la sesión de investidura de posibles compañeros de viaje que no pudieron ser: Pablo Iglesias, otrora el mejor activo y hoy el mayor lastre de Podemos, y el diputado Gabriel Rufián (ERC), abochornante con su vomitivo derroche de bilis.
España necesita un PSOE sólido y unido, pero la respuesta a los problemas del país no puede esperar a la recomposición de los socialistas. La sociedad civil murciana demanda al nuevo Gobierno soluciones, y no más parches, para su déficit hidrológico, financiero y de infraestructuras. Son solo tres de una larga lista de reclamaciones de una Región muy dependiente de las decisiones adoptadas en Madrid. En medio de esta nueva legislatura tan compleja, los diputados murcianos van a tener que pelear mucho para introducir esas aspiraciones en la agenda política nacional. Ya pueden ponerse a trabajar desde hoy.