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Andrea Tovar

Querido millennial

La historia académica y laboral de Pepito (Grillo)

Ilustración de Adrián Peñalver (Instagram: @egolastres)

En la entrevista que salió publicada en la versión impresa de La Verdad la pasada semana me hacían una pregunta: ¿qué post le gustaría escribir? Y yo contesté que uno sobre la mejora de las condiciones laborales a los jóvenes de hoy en día, por aquello de la explotación a la que nos vienen sometiendo. Así que coincidiendo con el Día del Trabajo me he dicho: ¿por qué no? ¿Por qué no escribir ese artículo?

¿Solo porque no tenga absolutamente nada que ver con la realidad?

Bueno, y qué. Usemos la imaginación.

Esto va a ser parecido a las soluciones de los crucigramas, que están escritas del revés. Para entender el sentido del texto habrá que darle la vuelta por completo.

Pongamos que tenemos a Pepito. Pepito es feliz como una perdiz porque ya no tiene que ir al cole de nueve a dos y de cinco a ocho. Le entretiene muchísimo el sistema de enseñanza: en vez de memorizar sin rechistar, le animan a discernir, a leer, a preguntar, a debatir. Todos los profesores están bien formados y son vocacionales, entienden a los niños, se preocupan por conocerles y orientar sus inclinaciones. Tratan de detectar las habilidades que muestran y las potencian, sean cuales sean.

De este modo, cuando Pepito acaba la enseñanza obligatoria decide libremente si quiere cursar estudios universitarios o no. Porque en su país, Pepito no es peor ni mejor por hacer tal cosa. Ese es el motivo de que no todo el mundo vaya a la universidad: hay distintos tipos de estudios para cada área y no se da ninguna jerarquía social entre ellas. ¿Qué pasó, entonces, con esa masa universitaria frustrada por haber hecho algo diferente a lo que les gustaba? ¡Ha desaparecido por completo! Era una paradoja, si lo pensamos, ¡porque esas personas tan formadas eran pobres! ¡Masas homogéneas de pobres listísimos!

Sigamos. A estas alturas de la vida, no es la primera vez que Pepito empieza a bucear en sus adentros, ya se conoce un poco gracias a la labor de los adultos de su entorno, por lo que la decisión que toma es relativamente sencilla para él.

Vamos a decir que Pepito opta por estudiar una carrera -por ejemplo, Pepitología-. Lo hace en una universidad pública gratuita, porque sus papás y sus abuelos han trabajado mucho antes que él para que así sea, y ningún político ha decidido gastarse el dinero en rotondas de dudoso gusto. Pepito tiene a su disposición un catálogo amplio y opta, además, a becas para libros y transporte, sin importar su renta ni calificaciones, solo por el hecho de ser estudiante.

¡Ah, se nos ha olvidado decir que las notas ya no existen!

Es bromi.

Lo que no existe ya son los exámenes, y Pepito tiene que demostrar los conocimientos adquiridos de una forma práctica, a través de actividades estimulantes enfocadas a sus futuras funciones. A Pepito se le enseñará lo que significa ser pepitólogo antes de que sea demasiado tarde y descubra que no le gusta nada. Además, los primeros años de carrera puede elegir distintas asignaturas de varias carreras si no lo tiene claro, y así podrá reorientarse sin perder años saltando de bloque en bloque.

Pepito puede cursar un año en el extranjero si le da la gana, a cuenta de los políticos que odian las rotondas. O más bien de sus padres y sus abuelos, pero no de su bolsillo directo. Ahora bien: Pepito, además de salir de fiesta y pasarlo guay, volverá a casa con un certificado de nivel de la lengua del país de destino. Y eso le servirá para ampliar las futuras opciones de trabajo, o su cultura directamente. Gracias a este método generalizado de intercambio de estudiantes, ¡los cines y la televisión ya están en versión original subtitulada! Y, por si fuera poco, si Pepito decide ser presidente del gobierno o algo así, ¡quizá incluso conteste a los periodistas internacionales cuando le hagan preguntas!

Vamos a decir que Pepito ha finalizado sus estudios nada traumáticos y busca trabajo. Ya no pueden contratarle –oh, sí, siempre se le hace un contrato, faltaría más- en régimen de prácticas, porque hay varios durante la carrera. O sea que siempre que Pepito trabaje para una empresa, recibirá un salario que respete el SMI (Salario Mínimo Interprofesional) y que se ajuste a su nivel de formación y experiencia.

¿A alguien le da la risa? ¿No? Pues vamos concluyendo.

Pepito está contratado. No realiza tareas automáticas durante ocho horas –y ocho es ocho, no diez ni doce o incluso catorce- en una marcada jerarquía en la que no puede pronunciar una palabra disonante, porque a Pepito le han enseñado a pensar sus mayores, y sus mayores creen que es importante pensar, así que cuando lo hace nadie le riñe.

Nuestro Pepito, pepitólogo o no, sigue siendo súper feliz porque se siente libre, capacitado y compensado. A veces se cansa, sí, y a veces se aburre, pero no espera que llegue el fin de semana con la botella de ginebra abierta desde el martes. Pepito no cuenta los días que quedan para la jubilación, porque quizá nunca se jubile. Siempre realizará alguna tarea en este mundo, alguna actividad, y eso es lo que se llama “trabajo”. Solo que, como ya no cuesta trabajo, el gobierno se plantea cambiarle el nombre. Porque al gobierno le importan mucho los términos y la corrección lingüística, eso ya se sabe, si no acordémonos de cuando ajustó lo de investigado en lugar de imputado. Porque se lo aconsejó la RAE.

Claro que sí. Guapi.

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Sobre el autor

Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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