Repartimos el peso de la vida en pilares. Un gato, el gimnasio, la abuela, el trabajo como repartidor de pizzas. Cualquier cosa. Tantos pilares como sea necesario. Cada pilar te ancla al suelo y te da una base firme para crecer hacia el cielo. Sujeta tu espacio y lo acota. Son los perímetros de la zona de confort, si eso existe. El problema viene cuando hay pocos pilares, o solo uno. Si flaquea, se te cae la casa encima.
Si puedo darte un consejo es este: enamórate de ti mismo y ten tantos pilares como puedas. No los menosprecies ni construyas al tuntún. No radiques parte de tu ser en lugares erróneos. No te equivoques. Es cuestión de vida o muerte. De vida plena o muerte por aplastamiento.
Cuando tienes solo un pilar delegas todo el peso a otra entidad diferente, aunque la sientas propia. Si ese pilar falla el paisaje se vuelve hostil. Se llena de escombros y de miembros amputados. Una persona sin espacio propio no es una persona. Es un ser devastado y necesitado, desesperado. Si tienes solo un pilar y te falla, de pronto te das cuenta de que no te gusta tu vida. Es algo complicado y sencillo a la vez. Entonces no entiendes en qué momento renunciaste a todas las cosas, a todas las personas, a todos los momentos que pudieran aportarte más bases sólidas en la vida. Ese momento, te lo digo yo si es que eso te sirve, fue aquel en que decidiste que no merecía la pena seguir esforzándote por construir nada. Que con ese pilar tenías suficiente.
A pesar de todo, seguramente habrás notado en varias ocasiones que ese pilar no era suficiente. Quizá te hayas enfadado con tu pilar por no darte lo que necesitabas. La cosa es que un solo pilar para sostener una mente, un cuerpo y un alma es poco. El pilar se sobrecarga y por eso peta, se derrumba y te aplasta a ti. No lo hace queriendo, es que es solo un pilar. Solo uno.
Si te enamoras de ti mismo antes que de cualquier otra persona no estás siendo egoísta. Es que, aunque suene a tópico, si no te quieres a ti no vas a poder querer a nadie de verdad. Solo les pedirás que alivien el peso de tu existencia. Eso no es amor. Eso es necesidad. Es conveniencia. Está mal, es sucio. Hay que apoyarse en los demás porque la interconexión es la vida, la vida del hombre en soledad deja de serlo. Ya lo decía Alexander Supertramp: Happiness only real when shared. No es eso, no te digo que te aísles y desconfíes de todo. No. Lo que te digo es que recuerdes que vives dentro de ti, y que lo demás cambia a tu paso. Que aceptes la mutabilidad y el cambio. Que te acuerdes de mimarte, de comprenderte, de no juzgarte con excesiva dureza, de ser objetivo contigo mismo, de establecer tu propio camino de mejora. No dejes que nadie haga eso por ti, no se lo pidas a nadie. Si el pilar aguanta toda la vida, estará exhausto antes o después. Quizá ni siquiera pueda ocuparse de su propio espacio por tu culpa. No puedes pedirle eso a nadie. Ni aunque parezca que quiera hacerlo. El amor no justifica esas conductas. El amor no es chupóptero ni pedigüeño. El amor es tierno y gentil, pero cuando debe cubrir ámbitos que no le corresponden se corrompe y se vuelve agresivo y defensivo a la vez. El pilar puede acabar rompiéndose. Entonces estarás solo con todos los pedazos del pilar encima. Tendrás que intentar deshacerte de ellos, intentarás despotricar contra el pilar y su poca resistencia, renegarás de su material y harás todas esas cosas que la gente hace para sobrevivir, para buscar un resquicio de aire y luz entre los escombros, el yeso y el ladrillo que tanto oprimen. Pero no lo hagas. No llegues a ese punto. No conviertas en odio hacia el pilar fallido lo que es decepción contigo mismo.
Llegado a ese punto, lo repito: no seas duro. Perdónate. Conócete de nuevo, ten las narices de hacerlo. La valentía y el coraje de despertar poco a poco del letargo, de ponerte en pie en la ciudad en ruinas y mirar el espacio abierto. Contempla el azul del cielo, aunque llueva, y date una vuelta por el descampado. No creas que porque haya poco construido vas a morir a la intemperie. Ese espacio es una potencialidad en sí misma. No construyas ahí cualquier cosa. No te agarres al primer bloque de hormigón que pilles. Respira muchas veces, llora otras tantas. Ríete cuando algo tenga mucha gracia. No presiones. Deja que las cosas reposen. Enciérrate en ti mismo si necesitas descansar, y cuando estés listo ponte los guantes, localiza unos buenos bloques, unos sólidos, que te gusten, que sean de tu agrado, que te representen. Y hazte la casa en la que te resulte tan cómodo vivir que cuando falle un pilar no se te desmorone de nuevo el edificio. Reconstruye y no inmovilices. Ni siquiera la piedra es tan dura como parece y los para siempres no existen hoy.