Ya se respira en el aire esa mezcla mortífera de sudor y excitación, adrenalina y muchos grados de temperatura, que avanza el Gran Destape Anual de los Cuerpos.
Antes de desvelar el misterio que se oculta tras las vaporosas capas, la gente se prepara con ahínco. Los gimnasios dan buena cuenta de ello. Igual que en Año Nuevo, son etapas en las que al ser humano le remuerde la conciencia su existencia particular.
Tengo unas cuantas observaciones sobre la llamada Operación Bikini.
La primera, la más intrascendente a lo mejor, es que hay un micromachismo en el término, ¿lo ves? ¿Por qué es Operación Bikini y no Operación Bañador, que es un término unisex? Digo. Estas cosas hay que cazarlas, de otra forma no pueden erradicarse, llámame feminazi.
La segunda es esta: es una operación, una suerte de misión de vida o muerte, de tarea por reconcome. De ahí se extrae que la mayoría de la población no está orgullosa de su cuerpo y no vive cómoda entre sus carnes durante la friolera de diez meses al año aproximadamente. Y que al ir a la playa, al verse en la obligación de mostrar sus cachas al sol, deben corregirlo lo máximo posible para resultar aceptables ante los demás.
Qué cliché, lo de la sociedad de la apariencia, pero ¿acaso no es cierto? Es curioso que la chicha no moleste si está cubierta por bufandas y jerséis, que los pantalones no aprieten más de la cuenta si son de pana; y sí lo haga una mísera tira de tela sobre las partes íntimas. Ecco: los fervientes practicantes de la Operación Bikini no lo hacen por ellos mismos, sino por lo que pensará el resto. Por el qué dirán. Así que en unas cuantas semanas reducen la ingesta calórica y practican deporte de forma compulsiva para asemejar sus curvas al ideal de belleza que establecen los medios de comunicación. Lo peligroso de esto, además, es que tal modelo no es siempre el más deseable.
El más deseable… de acuerdo al criterio de la salud, claro. Sin embargo, no sé yo si los extremos de esa línea están equilibrados, porque la balanza de los insultos y las vejaciones, o de la repudia social y la vergüenza, suele decantarse hacia la gordura y no la extrema delgadez. Quizá sea una percepción mía. Pero no creo. Es algo que percibo en el Instagram de la modelo de tallas grandes Tess Holliday (@tessholliday), por ejemplo, y no en el de cualquier otra modelo de tallas «normales»: hornadas de comentarios calentitos sobre el peligro a que somete su salud, la poca vergüenza que tiene al mostrar su cuerpo y la apología del mismo que hace. Y así, con la excusa de «no estás sana», no podemos aceptarte, ni a ti ni a tus curvas, Tess Holliday.
El último vídeo de la genial youtuber Soyunapringada se llama Carlota Corredera, Gorda Traicionera, y precisamente habla de este tema: nadie se acerca a un yonkie por la calle y le recomienda que no se pinche heroína. Nadie se siente con el derecho de aleccionar a desconocidos que vayan por la vida tan panchos, a lo suyo, por el hecho de drogarse, o fumar demasiado, ni por pasarse con la bebida. Enseñar un cuerpo ajeno a la norma parece abrir la veda a los demás para que opinen sobre él y sobre la responsabilidad del sujeto sobre el mismo. Quizá ni siquiera enseñarlo, basta con existir en ese cuerpo. Pero esto solo ocurre con los gordos. Por eso nadie quiere ser gordo. No por estar más o menos sano, sino por la híper exposición a que eso te somete.
Y lo que dice Soyunapringada es que ser gordo es un sentimiento, y que por mucho que Carlota Corredera adelgace mil kilos, la actitud permanece, y el hecho de que ella se escondiera antes tras las cámaras en el plató de Sálvame y que saliera a la palestra, abandonando esa «nube de depresión», como dice la youtuber, una vez delgada, y ensalzara desde su «mejor salud» lo curvy, es algo bastante hipócrita. Eso dice la youtuber, que además, es gorda. No lo dice una modelo esquelética, una chica gorda dice que está gorda y que le gustaría estarlo y que le dejaran en paz, igual que al resto de los mortales. Y eso es sencillamente inasumible para una gran parte de la población, así que los hate comments suelen llegar de esa guisa: no debería haber gente como tú en el mundo, das asco, tú te has visto, etecé atecé.
Así, Tess Holliday lanzó un movimiento que se llama «Eff your beauty standards», en el que intenta romper las reglas de la sociedad de la apariencia haciendo más accesible la representación de todo tipo de individuos y sus cuerpos. Como si esto fuera un parlamento de físicos dispares en el que faltara el delegado de la gordura y la obesidad, porque no se merece el escaño. ¿Y quién ha decidido eso? Aparentemente, el resto de seres humanos, que son el súmmum de la coherencia y la salud, los que se machacan en el gimnasio a dos meses vista de la playa y dejan de tomar chocolate con el café, los que están súper cómodos con su silueta. Tanto, que la cubren durante todo el año para intentar olvidarla, como si fuera un mueble en una casa vieja, hasta que el calor les obliga a descubrirla.
Que oye, que lo mismo no vivimos en la sociedad de la apariencia, sino en la sociedad de la paradoja, donde impera el consejo de vecina, el de cuídate por salud, cuando nadie lo aplica siquiera sobre sí mismo, para enmascarar una intolerancia supina hacia lo que esté fuera de la regla que dictan los medios. ¿Puede Tess Holliday ser hermosa? Esa es la pregunta. ¿Puede Soyunapringada expresar su opinión sobre cualquier asunto sin que se le ataque, inevitablemente, por su físico?
¿Puede la Operación Bikini –o Bañador, propongo- dejar de ser una operación y pasar a ser un estilo de vida en el que cada uno acepte las consecuencias de sus actos sobre su propio cuerpo y nadie discrimine o juzgue a los demás por ello?
¿No, verdad?
Pues mientras tanto, para mí al menos, será la Operación Biki…no.