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Andrea Tovar

Querido millennial

El interrogatorio navideño de la tía Consuelo

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Vía Tumblr (fuente @misfitclub)

Vía Tumblr (fuente @misfitclub)

 

Reconozco que acabo de recordar que es lunes. Es que antes que lunes, es Navidad, pero eso al autónomo no le vincula mucho.

Yo tengo un compromiso para contigo, mi maravilloso lector, y aquí estoy, cubierta con una manta, resacosa y soñolienta, para cumplir el deber de chequeo. Solo para asegurarme de que estás progresando adecuadamente en el examen más complejo del año: las preguntas indiscriminadas de la familia.

 

—¿Te han ascendido ya?

—¿Para cuándo os casáis?

—¿Cuándo te echarás novia?

—¿Por qué no te cortas esas greñas?

—A ver si nos dais un retoño.

—¿Me pasas las gambas?

 

Este es un muestrario de respuestas rápidas para sortear las balas.

 

—¡Pronto!

—¡Ya veremos!

—¡Con calma!

—¿Por qué no te rapas la cabeza, tía Consuelo?

—¡Todo se andará!

—¡No tienes derecho a ninguna gamba!

 

Como puede apreciarse, la reacción oscila entre la opción de dar largas y la de volverse agresivo. Esta última no es recomendable porque se le agarra a uno la ira, que le hace parecer Rudolf, el reno. Aunque descarga mucho poner a la gente en su sitio, lo más elegante y cristiano es dejar que los balazos sigan su camino sin dañar.

¿Cómo se hace eso?

La ilusión navideña es patrimonio de los niños. El exceso y el amodio del anuncio de Campofrío, de los adultos.

En mi familia es tradición que algún hombre adulto se disfrace de Papá Noel y se pase a saludar a los críos al final de la cena de Nochebuena. Recuerdo cuando los primos vimos a uno de mis tíos correteando, vestido de rojo, con la saca de regalos apoyada en el hombro. Para siempre juraríamos que el trineo de Papá Noel había rayado el coche de nuestro tío en el garaje.

Ayer, las tornas cambiaron. Aquellos primos ya tienen bebés, y ahora Papá Noel es uno de los primos, y el resto de nosotros aplaudimos y preguntamos a los niños con voz chillona si se han dado cuenta de que ha venido Papá Noel, «¿has viiiiistoooooo? ¡Es Papáaaa Noeeeeeel!», al borde de un síncope fingido.

Al ver a mi primo vestido de rojo con esa barba falsa, pensé en cómo pasan los años. Mi padre dijo en el brindis «que sigamos así por mucho tiempo, creciendo, que de momento solo hay cuatro generaciones en este salón».

¿La ilusión navideña es patrimonio de los niños?

¿En qué momento deja de hacer ilusión madrugar y abrir regalos como un loco, llamar a los amigos para contarles las nuevas adquisiciones, salir a la calle a disfrutarlos? ¿En qué momento deja de hacer ilusión ver a la familia para pasar a sufrirla?

Desde que ese «reencuentro anual» se convierte en un examen de vital importancia. Sobre todo para los que viven lejos, las Navidades devienen una suerte de interrogatorio sin final para comprobar los progresos de la vida del nieto, el sobrino o el primo de turno. Entonces ese amodio tira más hacia la segunda parte.

Y el único motivo de ello, siento decirlo, es la necesidad de que a uno le aprueben. Como le dice el chófer a Mia en Princesa por sorpresa, «nadie te hace de menos si no cuenta con tu permiso», nadie te evalúa si no le dejas. Los títulos no confieren autoridad inmediata. Tu tía Consuelo no es la duquesa Consuelo, es solo Consuelo, dando un poco la matraca. Tu tía Consuelo sigue siendo una mujer entrañable. Y si no lo es, resulta entrañable lo poco entrañable que es.

Ríete estas Navidades.

Ablanda más el corazón y perdona a los que lanzan balazos, en plan Jesucristo, concédeles la absolución antes de abrir la boca. Ten claro que tu camino es tuyo y que los pasos que estás dando te pertenecen. La buena noticia es que no hay examen alguno. Como dice la abuela a Mia en Princesa por sorpresa, «comete tus propios errores». Tu tía Consuelo ya tuvo esa oportunidad, no dejes que te roben la tuya.

A veces, cuando crees estar viendo un bodrio como Princesa por sorpresa pasan cosas como esas: que sacas un par de perlitas donde menos lo habrías esperado. Puede suceder con el espectáculo de tu tía Consuelo sermoneándote. Ten fe en ello.

Que los valores mágicos, de estrellitas y luminosos, te eleven por el encima del resto. Que no solo chispee el alcohol en tu sangre. Defiende quién eres con orgullo y sin violencia. Prepárate para lucirte. Cuanto más te guste tu vida, más empatía suscitarás en los demás, y eventualmente, más admiración o envidia. Tu tía Consuelo puede acabar queriendo mudarse contigo y salir con tus amigos los viernes.

Ojalá Papá Noel te haya rayado el coche con su trineo.

Feliz Navidad.

 

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