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Andrea Tovar

Querido millennial

Las manzanas podridas del sistema. De la justicia de Aquilina a la reinserción de Rabadán

 

Juez Aquilina echándole un vistazo a Larry Nassar

Juez Aquilina echándole un vistazo a Larry Nassar

Hace unos días me sorprendí a mí misma defendiendo con fervor la postura de la juez Aquilina en el caso contra el depredador sexual Larry Nassar. Saltándose a la torera la imparcialidad judicial, pilar clave del Estado de Derecho, Aquilina ajusticia al acusado sin presuponerle siquiera un poquito de inocencia, y esto nos gusta. Nos gusta que lo machaque porque estamos hartos. Estamos hartos de acosos, abusos y violencia de todos los tipos y en todas sus gamas. El movimiento de destape de los horrores causados masivamente a actrices (#MeToo) o a estas gimnastas, nos está asqueando tanto que sentimos mucha más empatía con un juez que ya ha dictado sentencia antes de tiempo, y apenas nos preocupa.

Del mismo modo, empecé a plantearme seriamente la reinserción del reo en sociedad –fin máximo de las leyes penitenciarias- después de ver el documental Yo fui un asesino, sobre José Rabadán, el asesino de la katana. Tras su parricidio adolescente, parece feliz: ha encontrado el amor en su nueva familia –mujer, hija, parientes políticos-. Se queda una desagradable sensación en el paladar, y una pregunta revolotea: ¿se merece alguien que haya hecho algo así una vida feliz?

La pregunta resumen es esta: ¿sabemos perdonar, como sociedad?

Si atendemos a los delitos de corrupción, está claro que sí. Muestra de ello es que seguimos votando a tal o cual partido a pesar de los escándalos, mientras nos excusamos en no encontrar alternativa mejor. La circulación del dinero en B es tradición española, como los Reyes Magos o las cogorzas de las cenas de empresa, como cerrar un trato en un prostíbulo entre hombres enfundados en americana y chinos. La comprendemos mejor, aunque nos repatee de vez en cuando.

Sin embargo, en cuanto al Derecho penal más puro, a los casos más cruentos, no lo tenía tan claro; y tampoco cuál era la gestión del perdón en la vida personal de los individuos. Por eso lancé una encuesta en Instagram, donde han votado de 60 a 80 millennials, lo que resulta más que interesante porque aquí viene reflejado -si acaso de manera imprecisa y segmentaria-, el manejo de culpa y castigo de la generación venidera.

Encuesta realizada en mi Instagram (@atovv)

Encuesta realizada en mi Instagram (@atovv)

Las conclusiones, a la luz de los resultados, son dos: por un lado, que el actual sistema es más benevolente con el reo que los encuestados, y que las conductas sexuales, privadas, otrora objeto de vergüenza y censura, se han neutralizado bastante, incluyendo la infidelidad dentro de una relación tradicional y monógama. Así pues, es en el caso de estas «manzanas podridas» donde no toleramos mucho. Un violador, un parricida, un pederasta, un terrorista; son ejemplos de personas que dejan de serlo a nuestros ojos  –hay incluso votos a favor de la pena de muerte y en contra de la cadena perpetua, al estilo americano-.

Algo que solemos repetir es aquello de cómo ha podido hacer una cosa así. En los casos de personas «sanas», fuera de los supuestos de enfermedades mentales en los delincuentes.

He tenido la oportunidad de plantearlo con Enrique Martínez Lozano en un seminario de fin de semana sobre la culpa. A riesgo de simplificar muy mucho sus enseñanzas –perdona, Enrique, si me enrollo no me lee nadie-, hay que apuntar que el castigo tras la infracción de la norma es un mecanismo mental de reparación, en busca de un nuevo equilibrio individual, social y hasta cósmico. Nosotros mismos nos sometemos diariamente a decenas de pequeñas –o grandes- penitencias para liberarnos de la culpa por no ser, por ser, por no hacer, por hacer.

Otra manera de zafarse de ella –de la culpa- es proyectarla en los demás. Sacamos las malas sensaciones que produce la culpa fuera de nosotros mismos –tristeza, hostilidad, paralización e impotencia, envilecimiento…- y se las endosamos a un individuo para que las recoja y nos alivie. De este modo, el otro lleva encima un peso añadido al de su propia infracción: encarna el mal del universo para todos los espectadores. Es el motivo por el que nos agrada escuchar a la juez Aquilina, por el que no deseamos el bien a un parricida o por el que tiramos tomates y lechugas al condenado a muerte en la plaza del pueblo en pleno Medievo.

Sin embargo, la culpa no es siquiera un sentimiento diferenciado, sino una construcción mental que engloba muchas sensaciones, entre ellas las mencionadas supra. El problema básico es que el judeo-cristianismo ha inducido estas nociones de culpa, sacrificio y castigo con la manzana del pecado original, y que gracias a San Agustín y su versión maniquea del mundo, dividimos a la ligera entre Bien y Mal. Es algo inaudito, que contrasta sobremanera con la visión de las religiones y doctrinas orientales, y que concibe al individuo como un especimen travieso que debe contenerse, reprimirse y castigarse todo el tiempo. Por eso, quien falla se convierte en la manzana podrida del sistema. Carga con la culpa y es menester alejarlo, encerrarlo. O incluso matarlo.

Parte de los niños robados y criados por Anne Hamilton-Byrne en su secta apocalíptica, entre LSD y maltratos varios

Parte de los niños robados y criados por Anne Hamilton-Byrne en su secta apocalíptica, entre LSD y maltratos varios

En cambio, si uno se plantea la veracidad del libre albedrío la cosa cambia. Un delincuente es producto de su condición genética y los factores ambientales que se han dado, como todos nosotros. Desde esta perspectiva, somos la sumatoria de un montón de eventos y nunca pudimos hacer nada diferente a lo que hicimos. Si lo parece es porque, a la luz de la consciencia actual, el pasado se antoja obvio, máxime cuando ya conocemos todas las consecuencias de los actos acatados.

Por eso, deberíamos practicar todos –yo la primerita- un poco la compasión. Una víctima de una secta sangrienta (en el documental La familia, muy recomendable) sostenía que el perdón liberaba al agresor, pero también a uno mismo. Ello no obsta a que los mecanismos de sanción defendidos por Kant se empleen, sino a que dejemos de pensar que esa es la única forma de mantener bien atadita a la sociedad. Creamos un poco más en la tutela de estos individuos y dejemos de verlos como algo ajeno, extraño. Si conseguimos empatizar también con los verdugos, estaremos por encima; no practicando el odio y la violencia que les censuramos.

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Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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