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Andrea Tovar

Querido millennial

Flat and Fabulous: no te reconstruyas si no quieres

Rebecca Pine, cofundadora del proyecto 'The breast and the sea', dentro del movimiento 'Going Flat' (Quedarse plana)

Rebecca Pine, cofundadora del proyecto ‘The breast and the sea’, dentro del movimiento ‘Going Flat’ (Quedarse plana)

 

Una de cada ocho mujeres sufrirá cáncer de mama. Da igual de qué parte del mundo sea, su riqueza o su estatus social: lo que importa es que dispongan de los conductos que manan leche, donde suele generarse. Y si no han sido mamás, tienen más probabilidades.

Yo he tenido el privilegio de conocer a Esperanza –así te llamaré, espero que te guste el nombre-, una mujer increíble, pero humana, que tira para adelante como una becerra y aun así pasa días en que le apetece hundirse en la cama. Tiene metástasis en pulmones y brazo, después de una doble mastectomía con reconstrucción que parecía augurar el fin de la enfermedad. Y hoy vengo a hablar por ella, con la máxima humildad, aprovechando que ayer fue el Día Mundial contra el cáncer.

Esperanza dice que hay una tendencia a enmascararlo, a venderlo como bonito, a presentar a los pacientes como héroes. Como si no bastara con los padecimientos físicos y existenciales, ella debe preocuparse por mantener la entereza propia y de los de alrededor. «El sufrimiento te lo quedas tú», sostiene, y ese es el motivo por el que intenta descartarlo. Pero hay veces en que le apetece mandar todo bien lejos. Debería poder hacerlo. Deberíamos dejar que los enfermos se cagaran en todo lo cagable, tienen derecho. Eso pienso, al escuchar a Esperanza, cuando me dice justo eso, que no quiere ser una enferma.

'Marianne DuQuette Cuozzo hizo que le retiraran los implantes después de padecer cuatro infecciones en cinco meses. Credit Béatrice de Géa para The New York Times'. Fuente: nytimes.com

‘Marianne DuQuette Cuozzo hizo que le retiraran los implantes después de padecer cuatro infecciones en cinco meses. Credit Béatrice de Géa para The New York Times’. Fuente: nytimes.com

¿Qué sentimiento puede inspirar una mujer como ella? ¿Lástima? No, no inspira lástima. Estremece su absoluta humanidad. No tiene ningún artificio, es real, es pura. Me la imagino sin la reconstrucción, con su doble mastectomía, paseando libremente por la playa, y me sale este relato. Entonces hablo con ella de la parte psicológica.

Los médicos y las asociaciones advierten sobre esto: la calvicie, la pérdida de los senos y demás consecuencias físicas del cáncer suelen tener un impacto emocional inmenso. Como si sufrir un mal en el pecho fuera doblemente malo, porque además te despoja de tu identidad de género, de tu feminidad, de tu seguridad, de tu confianza. Por eso, la Medicina suele apuntar hacia la reconstrucción casi por inercia, pues en algunos países incluirla en el catálogo de lo cubierto por la Seguridad Social fue toda una proeza.

Sin embargo, si uno lo medita en frío, se trata de una operación quirúrgica adicional. Donde hay que introducir un extensor para el pecho -que duele- durante dos o tres meses, una prótesis provisional, dejar piel sobrante para albergarla. Esto se une a la quimioterapia y a los terribles efectos del tamoxifeno, un medicamento que anula totalmente los estrógenos. Etcétera, etcétera.

Mi chica se dice presumida y la enfermedad le ha golpeado duramente. En su caso, le sustrajeron un músculo de la espalda porque, decían los doctores, no tenía suficiente grasa abdominal o inguinal para reconstruírselo. Eso, según me cuenta, le ha acabado produciendo una cojera, pues el impacto sobre la espalda se ha sumado a sus antecedentes médicos y le ha desbarajustado la postura entera. Le resulta complicado caminar.

Esperanza está enfadada por la falta de información y de consideración de alternativas, por haberse preocupado por la estética y haber dañado su salud un poquito más. Le parece que nos pasamos la vida buscando estar monas, preocupándonos por qué dirán, qué pensarán de nosotras. Controlando el peso, poniendo extensiones, maquillándonos; sin ser conscientes de que de un plumazo, eso puede irse a tomar por saco, y que si no conseguimos ver quiénes somos en el espejo sin necesidad de todo eso, sufriremos lo indecible llegado el momento. «Desapego», dice ella.

'Paulette Leaphart, de Nueva Orleans, caminó con el pecho descubierto desde Biloxi, Misisipi, hasta Washington, D. C., el verano pasado para crear conciencia sobre los problemas financieros de los pacientes con cáncer. Credit Béatrice de Géa para The New York Times'. Fuente: nytimes.com

‘Paulette Leaphart, de Nueva Orleans, caminó con el pecho descubierto desde Biloxi, Misisipi, hasta Washington, D. C., el verano pasado para crear conciencia sobre los problemas financieros de los pacientes con cáncer. Credit Béatrice de Géa para The New York Times’. Fuente: nytimes.com

Es aquí cuando me cabreé un poco yo también, en calidad de integrante de la sociedad, por el estigma a que sometemos a estas mujeres sin saberlo. La concepción de la belleza no es meramente individual, eso es más que obvio. Por eso, si fuera tan bello tener pecho como no tenerlo, si una cicatriz nos contara una historia y no hiciera que torciéramos el gesto de impresión; es muy probable que un montón de mujeres decidieran no reconstruírselo. No porque sea mejor una opción que otra, sino porque lo malo es que una de las posibilidades se descarte automáticamente por miedo a dejar de ser mujer, a dejar de ser deseable, a sentirse deformada.

Una mujer no es su pecho. Una mujer no es su vulva tampoco. Hay mujeres encerradas en cuerpos de hombres que transitan lentamente hacia lo que es suyo. La feminidad no es una forma concreta. No es un seno exuberante, un escote pronunciado.

Al ver las imágenes del proyecto The breast and the sea (‘El pecho y el mar’), cofundado por Rebecca Pine, que forma parte de este movimiento de la no-reconstrucción conocido como Going flat (‘Quedarse plana’), entendí que un sobrevivir a un cáncer es una de las mayores proezas que uno pueda imaginarse. Y por mucho que quiera, uno no puede deshacerse de la vivencia. ¿Por qué debería hacerlo?

A mí me gustan los tatuajes porque son anotaciones para siempre en la piel. ¿Podríamos aprender a amar un cuerpo fuera de lo convencional, solo porque fuera nuestro? ¿Podríamos aprender a amar hasta tal punto nuestras heridas, y convertirlas en fortalezas y orgullo?

Imagino a los bañistas de esa playa quitándose los sombreros ante las mujeres planas, con dos, uno o ningún pezón, con dos, uno o ningún pecho, con o sin tatuajes, con sus cicatrices horizontales.

A ellas las imagino libres, felices, jugando en la arena como niñas, sin preocuparse aún de cómo se ven, de cómo se las ve.

Las imagino disfrutando de la salud que tienen, de la que están recuperando. Del milagro de estar vivas, del valor del momento.

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