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Andrea Tovar

Querido millennial

Queridos millennials: ni dioses ni gregarios. (No espabiléis nunca)

Vía Tumblr (fuente: marci1900)

Vía Tumblr (fuente: marci1900)

He amanecido con el ojo pegado, otro tema en la cabeza sobre el que escribir y varias notificaciones en redes sociales. Me estaban enviando un artículo de Tribus Ocultas que se encabezaba así:

Queridos millennials, a ver si vamos espabilando

¿Es a mí?, me pregunto antes del café. Al final no me ha hecho falta estimulante alguno, con leer el post he tenido suficiente para despejar el sopor por completo. Que después de todo, quién soy yo. Nadie. Solo una más de esos 6 millones de millennials cuyo mayor logro es «el botellón», con el «lloriqueo altivo y chulesco» como principal característica, con una carrera, un máster y dos idiomas que no sirven de nada. No soy Dios, obviamente. No soy especial, no soy nadie, me dice la autora del artículo después de ese «Querido millennial» con que me pegaba un sopapo metafórico de buena mañana.

Yo no soy nadie, es verdad. Ni con mi Matrícula de Honor en Bachillerato, ni con el segundo puesto en el Premio Extraordinario de mi Región, ni con mis matrículas en la carrera, ni con mis dos idiomas, ni mis dos másters, he conseguido nunca que me ofrecieran más de 200 euros por ocho horas de trabajo ni más de 3,75 euros la hora de becaria. «¿Es que os pensáis que yo no sé que estoy regalando cada palabra que escribo?», dice la autora. No sé tú, autora, pero yo sí soy consciente de cuántas son. He regalado aproximadamente 100.000 palabras en poco más de un año escribiendo. ¿Sorprendida? Yo no.

Esa capacidad de no sorprenderse, de resignarse, es el principal objetivo de la mano que apenas te da de comer. Las humillaciones por parte del profesorado durante las etapas lectivas, que según tú preparan para el fracaso y ayudan a esforzarse, son en cambio la vaselina perfecta para que llegues a esa conclusión: «Tú no eres nadie». No tienes ni nombre ni apellido ni derecho a reclamar –para tus padres si quieres, los principales artífices de tu educación, incluyendo ese Erasmus que es fuente de orgullo personal, sin patrocinio apenas del Estado- la tremenda inversión en formación. Tú, igual que yo, igual que el resto de los 6 millones de millennials, hincamos codos de lo lindo y nos preocupamos por ofrecer algo en el futuro. Algunos conservamos las ganas de hacerlo. De ahí que regalemos 100.000 palabras en la esperanza de que sirvan para algo. Pero contéstame una cosa: ¿En qué se diferencia ese chaval que no quiso hacer horas extra por su mierda de salario de ti, que eres consciente de que regalas tu talento? Solo en eso: en tu matiz de sumisión resignada.

Vía Tumblr (fuente: just-usmadd)

Vía Tumblr (fuente: just-usmadd)

Uno acepta el trabajo, se levanta por las mañanas con el ojo pegado y bebe café para estar lúcido durante una jornada extenuante, claro que sí. Pero la decisión de trazar o no la línea dentro de uno mismo es personal e intransferible. Hay quien empieza a sentirse uno más, un gregario del montón, uno entre 6 millones, y deja de prestar atención a sus sueños, a su identidad y a sus mismísimos derechos laborales -te lo dice una abogada, que conste-. Y hay quien también intenta acoplarse en un sistema hostil, pero de otra forma: no le pidas que «aprecie» el hecho de ser el único que consigue trabajar, que se dé con un canto en los dientes ganando menos en una oficina que fregando platos o barriendo suelos; que por otra parte estos últimos son trabajos increíblemente dignos que alguno de los 6 millones habría preferido, visto lo visto.

A tu reflexión tras la experiencia con tu subordinado millennial, a tu «¿me estaré equivocando?» tras siete años de curro, de horas extras, de doblegarte mil veces, te contesto humildemente: sí. Pero no por el esfuerzo en sí, eso siempre recompensa cuando se dirige en el camino elegido. Te estás equivocando, a mi parecer, a la hora de perpetuar el sistema con el que no comulgas en el fondo, y exigir a los que vienen que vivan sus profesiones igual que te han obligado a hacer a ti.

Si no te pagan, por lo menos edifica. Eso opino yo. Parece que cada año me toca protestar contra el artículo casposito que se queja de las nuevas generaciones, pero el anterior vino de la pluma de Navalón, que era baby boomer. Esto de millennials contra millennials, enarbolando insultos y cubriéndose de clichés, me suena a mujer no feminista, a judío antisemita, a negro esclavista en EEUU, a madame proxeneta. En una frase: a síndrome de Estocolmo.

Sí se puede seguir luchando por los derechos de uno trabajando de ocho a tres por 600 euros. No sé dónde hay ofertas así, porque la mayoría de amigos curran gratis ocho horas –y las famosas extra- durante años o por miserias que oscilan entre 100 y 300 euros. Aun así, se puede uno resignar a las circunstancias para tratar de sobrevivir y medrar. Pero cuando existe esa capitulación interior, está todo perdido. Al ponerte de parte del que usa esos argumentos para sacar provecho, pierdes el hilo de voz que te queda. Y los millennials tienen poquita, la verdad, te suene altiva o lo contrario. Con tus palabras legitimas las conductas de los empleadores y doblas el cuello a los jóvenes para que se miren la punta del zapato y se conviertan en borregos obedientes sin capacidad crítica.

Que después de todo, lo que yo diga es irrelevante, porque no soy nadie. Solo una millennial más que cuando dice «Queridos» para dirigirse a iguales, lo hace desde el cariño y el orgullo de pertenecer a una generación que está despertando. Sin café ni nada.

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Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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