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Andrea Tovar

Querido millennial

Cuerpos ¿reales?

Vía Tumblr (@traitspourtraits)

Vía Tumblr (@traitspourtraits)

 

La nueva corriente de body positive aconseja que le pongas un signo de más a tu cuerpo. Que lo apruebes, lo aceptes, lo quieras y lo acojas. En él caben kilos extra o infra, acné, estrías, celulitis, piel de naranja, cicatrices y manchas, alopecia y pelos. Esto está muy bien, porque conozco más de una que si ha tenido alopecia ha sido por no comer, que ha acabado intubada para alimentarse. Y no solo mujeres. También sé de hombres que vomitaban para cumplir su neurótica rutina de gimnasio. La cosa es seria.

Saquemos todo a la luz: pocas personas no se han mirado al espejo para fulminarse con los ojos. Recuerdo una que aseguraba que tenía impulsos de coger un cuchillo jamonero para cercenar sus muslos por la mitad.

A partir de cierta edad, se instala un contador de calorías en el cerebro, compramos revistas de moda -que son, en realidad, revistas de publicidad, como los catálogos que suelen dejar en los buzones del edificio- y también compramos lo que esas revistas dicen que necesitamos. Hay una esquizofrenia brutal en los medios. Por una parte, aconsejan el amor propio y todo ese rollo; por otra imponen un criterio fijo de belleza al que amar. Pues bien, el body positive intenta ampliar ese espectro de modelos para que cualquier adolescente –y no tan joven- sepa que cabe ahí. Que en su cuerpo cabe de todo.

Ok. Hasta aquí todo perfecto.
Pero es que el otro día vi, en Instagram TV de Vice España (@vice_spain), un mini-documental titulado Body-positive, la guerra contra las tallas en el que una tal Apuesta Princesa, «lolita» XL dedicada al «soft porn» se quejaba de que no la dejaban en paz. Y yo amén, di que sí, Apuesta Princesa, la gente no tiene por qué insultar, esto qué es, hombre ya. Ni a los gordos barra as ni a los flacos barra as. Qué presión tan absurda, tal y cual. Pero luego va la tía y dice:

—Yo, sinceramente, voy dos horas al día al gimnasio, soy vegetariana… más sana no puedo estar.

Y entonces toso, nerviosa. Uy. Esto no me lo esperaba.

Imagen IG Apuesta Princesa (@apuestaprincesa)

Imagen IG Apuesta Princesa (@apuestaprincesa)

Vamos a ver. Si hay cada vez más niños pequeños con barrigas descomunales varados en la orilla de la playa, si en EEUU están adaptando los asientos a un tipo de ser humano que ocupa el doble de espacio, si nos encontramos frente a una obesidad que roza lo mórbido y cuerpos que están multiplicando exponencialmente el peso debido… ¿debemos ponerles un signo de más y llamarlo body positive? ¿Porque hay que aceptarse y quererse?

Nadie tiene derecho a insultarte, aunque tengas cinco ojos en la cara. Pero tampoco nadie tiene derecho a abanderar la imagen que recoge un estilo de vida claramente poco saludable y convertirlo en una mentira, en un eslogan, en una posibilidad que incite a los niños a abrazar su panza sideral y congratularse por ella. Sucede lo mismo en el otro lado de la balanza, ante cuerpos esqueléticos que a todas luces padecen trastornos alimenticios.

Ambos polos son la consecuencia visible de que el individuo en cuestión no se ha regulado por dentro. Porque si un ser humano se quiere de verdad… ¿qué quiere decir? Pensémoslo. Quiere decir que ama aquello que compone su ser, ¿no? Su mente, su cuerpo. Su alma, si nos ponemos intensitos. Pues bien: en los desórdenes alimenticios, por exceso o por defecto, existe un abuso de uno sobre otro. La mente revoltosa impone al cuerpo una dieta del todo inasumible por este, al que no le queda otra que obedecer, como el lacayo tontico, y procesar a toda velocidad las toneladas de combustible o bien funcionar con las migajas del pan del mediodía. ¿Qué clase de amor es uno que tiraniza?

Aceptar esto, integrarlo en sociedad y ponerle el signo de más, es dar por hecho que no existe ningún problema de adicción en una persona que está obligando a sus pobres contornos a acarrear tanto porcentaje adicional que sus arterias se estrecharán, los pulmones se fatigarán, sufrirá enfermedades derivadas pronto y morirá antes de tiempo. Por no hablar del tremendo riesgo de, literalmente, matarse de hambre. Si pixelan el tabaco en los medios, ¿por qué no se dice la verdad sobre la comida? Tiene igual –o más- poder adictivo. La descarga de endorfinas que produce su ingesta es tan peligrosa para algunas personas como un chute de heroína.

El cuerpo es sabio, dicen las abuelas -que son muy sabias-. Un cuerpo sano y equilibrado, con cinco o diez kilos arriba/abajo, con su vello enquistado y su brazo fino y su pantorrilla gruesa: maravilloso. Eso es body positive. Un cuerpo que albergue una sumatoria de peso impropio para su edad y constitución física: mal. Eso no es quererse a uno mismo. Eso no es mimar el cuerpo ni procurarle lo mejor al instrumento con el que nos movemos por el escenario del mundo. Eso no es estar listo para vivir al máximo, en la mejor disposición, lo que venga.

Eso es, simple y llanamente, que algunas personas se están rindiendo en la propia tarea de educar a su cerebro, de restablecer las conexiones para que los impulsos emocionales dejen de atacar el apetito, que no quieren aprender a gestionar la ansiedad de otra manera, y que están pidiendo la redención social por ello, abandonar la culpa de una vez.

Creo que a veces eso de sentirse mal no tiene nada que ver con los insultos, con el bullying o el body shaming. Creo que hay una voz muy potente dentro de nosotros mismos que nos revela si estamos o no cómodos dentro de nuestra piel. Y esa voz no la puede acallar nadie, ni siquiera un montón de hashtags súper positivos.

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Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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