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Andrea Tovar

Querido millennial

Borrar el pasado que pesa

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Adelante por los sueños que aún nos quedan, que cantaban los de O.T.

Y yo me pregunto, inevitablemente, si se referían a aquellos que todavía no se habían cumplido, como excepción a la feliz norma, o si eran los sueños que aún no habían sido fusilados por la realidad.

 

Ay. Cuánta amargura flota en el ambiente. Cuánto marisabidillo, qué listos somos todos, ya nos las vemos venir. Más sabe el diablo por Tinder que por viejo, y a mí me vas a contar que tengo un máster en las calles, y fíate de mí y no te caigas dos veces con la misma persona, y ahí ni te metas que no sales. Y luego, te mueres.

Lo raro es que esta inmensa sabiduría no reporte ninguna felicidad, sino todo lo contrario.

Qué cansancio. Por mucho puente y festivo y vacación, no terminamos de reposar, no conseguimos restablecer el contador ni ponerlo a cero, ni recuperar la frescura y la alegría sencilla.

Y por qué será. Que se lo pregunten los sabios. El cansancio vital es diferente al de la siesta eterna. Es ese que se aloja en algunos rincones del cerebro y del alma, que erosiona poco a poco las ganas hasta convertirnos en canto rodado y va susurrando «pa qué, si total…».

¡Pitonisas! Bien que nos reímos de Aramis, pero el mundo está lleno de pitonisas. Hay una dentro de cada quien, y sale por exceso de pensamiento previsor. Estamos cansados porque nos pesa tanto lo que hicimos y lo que fuimos que ya no nos atrevemos a dar un paso más.

 

Nuestra memoria es el muro de Facebook. ¡Sorpresa! ¿Desea usted rememorar que hace siete años era así, estaba con esta persona, le gustaban estas cosas, pensaba estas otras? No, gracias. Delete. Block. SilenceCiao.

Antes de Facebook había otras formas de borrar: estaban los palimpsestos, que es una palabra que suena a moluscos o a discos de Camilo –broma mala, perdón-, pero nada que ver.

En la Antigüedadcomo concepto general funciona, es suficiente, no hay que acotar más- el papel para escribir era mega caro, por eso no podía despilfarrarse con cualquier garabato. Así que los antepasados ecologistas decidieron usar una técnica muy sencilla que consistía en eliminar lo que se había escrito antes -como si por ser anterior fuera una chorrada-, y aprovechar la superficie de nuevo. Reescribir y reescribirnos tachando el pasado.

Ah. Qué farsa de liberación, el negar que uno ha vivido y dicho y sentido y experimentado esas cosas. La página en blanco.

Solo que la página no estaba en blanco ni ahora ni entoncesDebajo del texto escrito podía apreciarse el rastro del previo. Y rascando un poquito, pum. Todo volvía. Casualmente, algunas piezas maestras de Homero o Marco Aurelio, pero ese es otro tema.

Capa sobre capa sobre capa sobre capa. El pasado nos conforma y nos da forma a través de las actitudes diarias que imprime, con el like o dislike. Avanzamos así a trompicones en una huida hacia delante, viendo lo que queremos ver, maquinando como Aramis.

La verdad, sin embargo, es que es mentira. Borrar no sirve. No somos un trozo de papel ni una memoria virtual.

La verdad es que el pasado no debería pesar. El pasado es algo que, por definición, flota. Aquellas partes sin significación alguna siempre se evaporan, las dejamos ir. En cambio, decidimos amarrar otras y les ajustamos las cuentas continuamente a miles de fantasmas. Sometemos al recuerdo a evaluación continua, con la ilusión de ganar en sabiduría, de ser más capaces, y vamos con nuestros esquemas bajo el brazo, preparados para todo. Con el cansancio vital a cuestas.

La buena noticia es que es una decisión. Ese cansancio es opcional.

Vivir en presente continuo es la otra opción, con un cuerpo como escenario, sin quedarse pegado a humos que nos arruinen el espectáculo en vivo.

No hace falta luchar. Nadie puede arrebatarnos eso que vivimos, ni recalcular el valor que tuvo la experiencia. Fue así. Sucedió. No debe pesar. Esas personas y esas cosas se han quedado para siempre flotando en el aire, fijadas y selladas en la eternidad del instante. Aunque nos pasemos la vida intentándolo, no se borra, ni de Facebook ni de los palimpsestos. Y menos mal, porque a veces hay jodidas obras de arte ahí debajo.

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Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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