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Andrea Tovar

Querido millennial

El amor en los tiempos del coronavirus

Coronavirus. Max Siedentopf

 

—Lo mismo es buen momento para volver a ver The Walking Dead —me dice M, y nos reímos.

 

Él forma parte de lo que me permito denominar mi «comunidad vírica»: aquellas personas que, por elección o por narices, van a permanecer en nuestro grupo humano de referencia hasta el final del coronavirus. O sea, hasta que derrotemos a ese puñado de malditos gérmenes. Frotado a frotado de manos hasta que se atisbe el propio esqueleto. Por suerte estamos en un país donde el deporte nacional no solo es el fútbol y el cuchicheo, sino que también se estila reírse de la catástrofe… hasta que lo sea, por lo menos.

 

Así, los memes han sido más plaga en las últimas semanas occidentales que el contagio en sí. Una realidad lejana. Como la guerra de Siria y sus refugiados hundidos en nuestros mares.

 

En los tiempos que corren se producen dos fenómenos simultáneos colectivos: la globalización, con Internet, los memes y las comunidades internacionales; y la división en naciones, etnias o colectivos minoritarios que reivindican su existencia para pertenecer a su manera. A la especie humana; algo mayor.  Es importante este tema de la identidad desde que nos colocamos en el eje del mundo y suplantamos a Dios, allá por la Reinassance, ahora que el coronavirus nos pone a prueba, más allá –de nuevo- de la capacidad de hacer memes.

 

Me explico.

 

Cuando uno se identifica con el «yo», pasa lo siguiente. Yo que salgo esta mañana, de extranjis en plan reportera a la Zona Cero (Mercadona), esperando encontrarlo desierto. Por aquello de «permanezcan en casa, señores y señoras, y pónganse a ver The Walking Dead». Y solo hallo desierto saharaui en los estantes de lácteos y de papel del culo. Por lo demás, un número ingente de jubilados que corretea a cámara lenta para hacerse con el máximo de comestibles y, en fin, de cosas. Cosas, cosas, cosas. Que no falten cosas.

 

Que por cierto, si alguien tiene dudas de cómo sobrevivir a la cuarentena, que le pregunte a los autónomos y a los niños rata. Seremos las cucarachas de esta crisis; ya lo verán ustedes. Por nuestra parte, los autónomos tenemos experiencia en racionamiento, altas dosis de soledad y buen empleo del espacio-tiempo para fines de dudosa productividad, como hacer zapping por Youporn o crear obras de arte que no importan a nadie o despachar encargos, según. Todo eso sin llegar a consumir el envase de plástico de pechuga de pavo de 400 gramos, ligero en sal, hasta que pasen por lo menos los cinco días de rigor. Qué es esto de hincharse a comer. Por favor.

 

En fin. Yo en Mercadona viendo la debacle, decía, comprobando que mejor papel de cocina que agua para la ardua tarea que va a ser ahora limpiarse las zonas pudendas, y giro con mi carrito –ras– y me encuentro un señor desplomado en el suelo y un corrillo de personas, incluyendo la jefa de seguridad de dicho supermarket, que miran. Miran histéricas, sí, nadie saca el móvil para documentarlo al menos; pero ¿alguien se acerca? No. Solo su mujer, la hembra que prometió arrodillarse para abanicarlo en lo bueno y en lo regular.

 

Bueno. Si uno piensa en el «yo» ocurre esto. En cambio, la identidad como un «nosotros»; deja de petar las líneas de atención telefónica para emergencias. Se acuerda de aquellos que siguen teniendo infartos, embolias y accidentes de tráfico. Se queda en casita un rato y así detiene el bufé libre del virus. Porque amar, en los tiempos del coronavirus, es parecido a lo que se siente por un ex: te quiero tanto, pero te quiero lejos. ¿Vale?

 

Las redes sociales envían mensajes: NO ESTÁS SOLO, ESTAMOS CONECTADOS. En esta ocasión los niños rata vienen a ser las cucarachas listas, que ya lo sabían. Los lazos no solo consisten en magrearnos o en tosernos en la cara, no, sobre todo cuando en escasos 5 días se antoja una temeridad darse el lote con un semi-desconocido. Nos percatamos de cuán habituados estamos al contacto humano al prescindir de él, ¿no es sierto? Pues hay que entender que las líneas de teléfono y ordenador nos dan un sucedáneo bastante efectivo. En otras palabras: estaremos de verdad jodidos si falta el WiFi.

 

En resumen, es más útil entender que todos somos uno y prescindir de la psicosis. Riámonos mientras podamos evitar llorar, quiero decir. «Os contagiaréis casi tós», nos dicen en la tele, «pero por favor, vamo a calmarno y a contagiarno lentico». La Sanidad Pública como nueva Virgencica entronada en Semana Santa y reinvención de rutinas: oye, pues La Resistencia vacía de público es graciosa también.

 

Lo mismo incluso aprendemos a ser una especie y dejamos de hacer zapping mental tipo YouPorn cuando un pueblo se quede sin hogares, por las bombas, y se ahogue en el mar para huir.

 

Empatía, sí. El amor será colectivo o no será en los tiempos del coronavirus.

 

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Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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