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Andrea Tovar

Querido millennial

Rosalía no es vanguardia, es comercio

 

 

La vanguardia es aquello que va por delante. Avant-garde. Ir por delante implica llenarse la frente de chichones. Encontrarse con la resistencia: la resistencia social, la resistencia de la industria.

La vanguardia intenta romper algo para crear otra cosa. Lo previo no se deja destruir. Por eso la vanguardia tiene un punto histriónico, excesivo: para hacer fuerza y quebrar los moldes. La vanguardia es lo marginal pero potente, es lo que hace avanzar el curso de la Historia, pero muy a su pesar.

 

Con la salida del disco de Motomami, han comparado a Rosalía con los Beatles, con Pink Floyd. Han asegurado que este es uno de los mejores discos que ha habido hasta el momento. Han dicho que plasma fielmente la realidad, que nos hace un análisis introspectivo y sociológico: el nihilismo total post-pandemia, la negación de la autoridad, la fugacidad de los temas, lo explícito de la desnudez, lo incomprensible de las letras como acto reivindicativo a lo dadaísta. Sin embargo, esta aparente reivindicación rebelde se la ha apropiado el mercado. En suma, nos encontramos con un producto perfecto y exportable a redes sociales, consumible en la era del capitalismo tecnificado. Caduco. Efímero.

 

¿Cómo va a ser algo caduco y, al mismo tiempo, definitorio de las vanguardias?

 

Una cosa es plasmar el mundo real, representarlo; y otra cosa es tener una visión nueva sobre el mundo que cambia. El mundo cambia cuando se lo observa con ojos curiosos, con personalidad propia, con un punto de partida diferente.

 

Para mí la cuestión no es baladí —si Rosalía es vanguardia o no—, porque si Rosalía es vanguardia y está definiendo el curso del arte con Motomami, este es un arte que, per se, no me interesa en absoluto, y oficialmente eso me convierte en alguien fuera de la novedad, en una vieja por dentro, en una obsoleta.

 

Como digo, la cuestión me interesa de veras, así que después de escuchar el disco tres veces seguidas y sentir angustia, me pongo a investigar.

 

Y veo una cosa. Veo que Motomami no lo ha escrito Rosalía, que solo ha participado en la composición de un tema —demencial— que se llama Saoko. Veo que donde hablan de «difusión de géneros» hay un batiburrillo poco fiel a ninguna pauta, una especie de falta de respeto. A eso lo llaman «decomposición», pero podría también ser un picoteo, un surtido de tapas sin servirse el plato entero, para complacer a todos y a nadie.

Veo, en definitiva, que Rosalía dice que ha pasado tres años «experimentando» desde El mal querer, pero lo que atestigua en sus stories es que ha pasado tres años haciéndose selfies con las Kardashian y tutoriales de make up.

 

Sin ánimo de ofender a nadie, cuando ella confiesa que hace un «autorretrato» en este disco, y ese «autorretrato» fija la imagen de una artista dispuesta a prenderse fuego a sí misma hasta las raíces de los pelos, alguien que dice ser libre y que firma la producción con quinientos nombres y apellidos —y que sostiene en entrevistas que ahora «hay mucha gente detrás de ella»—; alguien que parece haber ido perdiendo el criterio que todos sus fans le veíamos en su inicial planteamiento de vanguardia; en definitiva, cuando Rosalía dice que es experimentación; que es vanguardia… a mí me da por pensar en los autónomos.

 

Pienso, sí, en la cuota de autónomos, que hasta los mil y pico euros tienen que pagar un 30% de su sueldo, y que a partir de esa cifra ya queda estable, para beneficiar a los famositos. Pienso en los artistas comprometidos con romper los esquemas que oyen continuamente un «no» por parte de la industria. «No, no, no, no». Les animo a que prueben la dieta de noes, es de lo más reafirmante: o te destruye o te yergue.

Pienso en músicos, actores, escritores, cineastas sin aparente oficio ni beneficio, pienso en todos ellos dando explicaciones de su propio arte, respirando hondo.

Pienso en lo injusto que es que el marketing se ponga el broche de lo que debe ser el arte, que las productoras definan lo que está de moda. Y que todos nos lo traguemos sin preguntar.

 

El último reducto que le queda al artista, cuando se lo han quitado todo en este país —toda posibilidad de vivir y medrar, y de hacer un producto de calidad que no esté al servicio de la moda frenética y estúpida de los tiempos que vivimos— es ser eso: un artista. La vanguardia. Es lo único que queda: ser el martillo que golpea la pared, contra la voluntad de la mismísima pared.

 

Ahora, el departamento de comunicación de la gran empresa Rosalía se pone el título de ser la «adelantada» con este disco demencial, y la industria especializada —los que deberían tener criterio más allá de las ventas—, le dan la razón.

 

Debo ser yo, que me he hecho vieja, o que me he podrido por dentro.

O que todavía me queda un ápice de sentido común, quién sabe.

Hagan sus apuestas, porque yo estoy perdida.

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Sobre el autor

Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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