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Andrea Tovar

Querido millennial

Cambia lo que puedas cambiar, el resto abrázalo

Vía Tumblr (fuente:sophiemoatesdesign)

Vía Tumblr (fuente:sophiemoatesdesign)

Decía Epicteto –la gente suele pronunciarlo como «epíteto», pero no lleva tilde- que es crucial saber lo que puedes controlar y lo que no.

Epicteto, en este punto, me recuerda a una plegaria muy famosa que dice así:

Señor, concédeme la serenidad para aceptar aquello que no puedo cambiar,

fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar,

y sabiduría para entender la diferencia.

 

Se me ocurre una lista de cosas que se pueden cambiar y cosas que no.

 

COSAS QUE SÍ:

 

  • – El color del pelo. El estilo, la apariencia, todo eso, cuantas veces se quiera.
  • – Los planes de viernes por la noche. Los viernes son tuyos, incluso más que los lunes, martes, miércoles, jueves, sábados y domingos, porque a veces los cuatro primeros días no son muy tuyos. El viernes es el primer día oficialmente tuyo, y así debes respetarlo, cambiando los planes si no te gustan o no te apetecen.
  • – La pareja. Sentimental, sexual y de póker.
  • – El puesto de trabajo. Hay oficinas en multinacionales y puestos de churros en la playa. Hay de todo. Muchas cosas disponibles.
  • – La actitud. Con la que se integra el pasado en el presente. Con la que se afronta el futuro en el presente.
  • – Los objetivos en la vida. Puedes querer bitches and boats o entender qué es superfluo, como cuenta Natalia Ginzburg en su maravilloso relato «Los zapatos rotos» (Las pequeñas virtudes).
  • – Los malos hábitos. Los vicios. Como el de no leer, por ejemplo. Como el de llamar a quien no debes cuando vas como una cuba.

 

COSAS QUE NO:

 

  • – Tu pasado. En sí mismo. Lo que ocurrió. Está fijo, fermo. Se fue. Así sucedió. Acéptalo.
  • – Lo que los demás hacen o dicen. Haces el papel de guionista de la película larguísima de tu vida, aunque seas funcionario, lo sabes, tú también lo haces. Y no es cosa tuya. Solo decides si alejarles o tenerles cerca. Es todo lo que recae sobre tu poder de acción.
  • – La forma de tu cuerpo. Puedes cambiar su volumen o la morfología de ciertas partes a través del bisturí, pero tus huesos siempre serán tus huesos, y tus músculos, y tu constitución. Si tienes en mente algo distinto, estás abocado al sufrimiento perpetuo.
  • – La riqueza en la que vives. Esto dice Epicteto, y tú fliparás: ¿cómo que no es cosa mía lo que gano? Bueno, según él, si te dedicas a buscarte a ti mismo y aceptas el resultado de antemano, sea cual sea… en efecto, no puedes controlarlo. No sabes si serás rico o pobre haciendo lo que estás destinado a hacer. Pero lo abrazarás y te hará feliz. Por eso no debes, en puridad, según Epicteto, enfocar tu vida hacia los bitches and boats.
  • – La forma en la que el resto te ve. Las opiniones son como los culos, dicen, que cada uno tiene el suyo. Y además, es gratis hablar y pensar, por desgracia. Si costara dinero, habría más silencio dentro y fuera.
  • – Tus talentos, potencialidades, tus virtudes secretas.
  • – El clima. Si llueve o sale el sol, no es cosa tuya. No tienes que decidirlo tú. Tú solo bailas al son de la música que suena, como me dijo un día mi padre.

 

El principal problema que tienes es que no sabes ni cómo hacer esta chorrada de lista en un folio. Sigues poniendo palabras en boca de quien no las dice, reinterpretando los hechos, elucubrando cómo mejorar, atascado en un plan obsesivo sin final que se traduce en cambiar radicalmente quien eres, por dentro y por fuera.

Leí una vez la siguiente frase: ¿Qué forma quiere darle ella a su alma? Cada paso, cada palabra, cada gesto se suma a la escultura que es la existencia (Haru, Flavia Company).

Ah, eso se me había olvidado. Amplío:

 

COSAS QUE SÍ:

 

  • – La forma de tu alma.

 

La forma del cuerpo no se cambia. Si tienes los tobillos anchos o las caderas estrechas, así te quedarás, por mucha liposucción. Pero la forma del alma se amolda a la textura de los pasos que dejas en este mundo. Construyes o destruyes. Tiñes de negro o de blanco.

En lugar de hacer caso a Epicteto y dedicar tu vida a desentrañar tus adentros y acomodarlos con lo de fuera, dedicas la vida a acomodarte tú al exterior. A asemejarte al resto, a no desentonar, a sufrir en silencio. Te vas cubriendo de mentira poco a poco y al final llevas una máscara integral que no te deja respirar, pero te has acostumbrado. Sabes aguantar el aire durante horas y horas. En reuniones, en citas, siempre rodeado de gente.

Cuando estás solo, huyes, porque no quieres quedarte con esa compañía que no es otra que tú mismo. Estás tan ocupado evitándote, no mirando tu cara en el espejo, la silueta de tu cuerpo, no escuchándolo, no cuidándolo de verdad –sin castigarlo, sea por exceso o por defecto-, que la vida se te pasa, y mientras que pasa te cabreas y te enredas en una madeja de refunfuños, por qué las cosas son así y no asao, por qué se comportan de esta manera y no de la otra, por qué, por qué, y haces pucheros y cruzas los brazos como un niño pequeño.

Porque aún no has crecido. Eres un niño pequeño. Un niño que sigue echando la culpa al pasado, a los demás, de lo que le corresponde a él. De su parcela de mundo.

Ten tu parcela limpia, curiosa, como dicen las señoras mayores. No limpies la de los demás ni pidas que limpien la tuya. Cada uno, con lo que le toca. Y Dios en todas partes.

Cambia lo que puedas cambiar, lo que quieras cambiar. Al resto, dale un abrazo chillao y la bienvenida a tu casa. Todo sucede para bien. Y si no parece ser así, cámbiale el signo: de negativo a positivo. Atisba las lecciones, el crecimiento que eso va a reportarte, y confía.

Cuando se pierde el miedo al interior de uno mismo, se pierde el miedo a los eventos y eventualidades. Dejas de temer un destino aleatorio e incontrolable, dejas de necesitar desesperadamente rellenar huecos ajenos para ver si así, indirectamente, se rellenan los tuyos, porque ahora te ocupas de ti primero y en tiempo presente. Ahora sabes lo que puedes cambiar y lo que no. Sabes qué toca en cada caso: hacer acopio de fuerzas y cambiarlo, o resignarse, sonreír, aceptar el devenir de la vida.

Sé agradecido. Cambia tu actitud y hazlo: agradece. No te sientas con derecho a tener los mejores zapatos. Tu único derecho es el de conocerte a ti mismo, y a los demás por el camino. Tu único derecho es el de caminar y de ocuparte de tus propios pasos. Así, solo así, disfrutarás la compañía en lugar de padecerla. La propia y la ajena.

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