Ayer me propuse escribir sobre esto y lo primero que hago hoy es posponer media hora el despertador: -1 punto. Luego bebo dos vasos de agua en ayunas y me preparo un zumito de naranja natural: +2 puntos. Sin embargo, las naranjas no las he pagado yo: -1 punto. Porque vivo en casa de mis padres: -10 puntos.
No me salen las cuentas. Vamos a dejarlo.
Ayer estuve pensando en las cosas que definen el paso de Peter Pan a don Pedro Panes. Esta es la lista que se me ocurrió. Todas suman puntos.
Se me quedaba corta esta lista. Lancé la pregunta al ciberespacio. Mis amiguitos de Instagram añadieron:
Yo coincido plenamente con todas, pero esta última me dejó pensativa.
Si pienso en los mayores me figuro a aquellos que beben mucho café y mucha cerveza y mucho vino y leen el periódico y ven las noticias dos veces al día. Llevan traje y tienen una amabilidad extraña. Es como si por dentro estuvieran llenos de cables. Cuando apagan el interruptor se vuelven alimañas. Tienen un laberinto de hierro en la cabeza. Se tapan los laterales de los ojos con la cosa esa de los caballos.
Me pregunto por qué siempre he querido ser mayor si los mayores son así. Ahora que toca serlo, no quiero –¡no quiero, no quiero, no quiero! Pataleta-. Porque si para ser mayor hay que olvidarse de cómo es uno y las cosas que hacen la vida más diver, pues no. Si ser mayor es llorar y aprender cómo dejar de hacerlo con suma facilidad, pues no. Si ser mayor es desechar la magia y asumir cargas, pues no.
¿Cómo hace Peter Pan para no convertirse en don Pedro Panes, gestor comercial encargado de proyectos de divisas de cuotas de palabras raras?
¿Puede uno seguir siendo Peter Pan para siempre?
Es que yo tengo la sensación de que no. No por completo. De ahí mi empeño en seguir buscando la fórmula para crecer, para hacerlo bien, derechita como una planta, pero a mi manera. Deberíamos poder crecer a nuestra manera.
Lo único que he entendido hasta ahora –y por eso vengo a contarlo- es que hay signos de que uno se hace mayor –véase lista supra-, una especie de patas de gallo del comportamiento, pero aparte de eso no se trata tanto –o no debería- de colocarse una máscara y robotizarse.
Creo que para hacerse mayor hace falta una piel nueva.
Mi amiguito de Instagram se refería a ella como «la coraza». A mí ese término me sugiere cerrazón y aislamiento; además de ciertos matices bélicos que es mejor no trasladar conscientemente al campo interrelacional –pues eso ya llega solo con el discurrir de la vida-. Yo prefiero hablar de pieles, como Eduardo Casanova.
La que yo me imagino es de reptil. Es impermeable y le resbala la mala baba, las lágrimas de cocodrilo y la lluvia de tormenta. Pero tiene un mecanismo que permite controlar el movimiento de las escamas para permitir que lo de fuera pase e impregne los adentros.
Una amiga a la que quiero mucho –aprovecho para mandarte un beso enorme, como en la tele- me dijo hace poco que «viveka» representa la capacidad de discernir entre lo que es importante y lo que no lo es. Así que «viveka» será la palanca de cambios de la piel de reptil.
Eso es ser mayor. Curtirse de experiencias y saber valorar lo que interesa y tirar bien lejos lo demás, o dejar que caiga por su propio peso. Lucir la piel bonita, orgullosos. Invitar a profundizar a quien lo merezca de veras.
Y por supuesto, tomar cinco piezas de fruta al día: +5.