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Andrea Tovar

Querido millennial

Aniversarios, contradicciones y blasfemias

Blue Valentine, 2010 (USA)

Blue Valentine, 2010 (USA)

Hace un año que inauguré este blog.

Y dos milenios desde la muerte de Cristo.

¿Y qué pasa?

No pasa nada.

Pasa el tiempo.

Y pasa todo.

Porque el tiempo lo es todo. El resto de magnitudes son una patraña. Si me hablas de espacio, yo te digo tiempo. Cincuenta kilómetros son treinta y cinco minutos en coche, con el añadido de aparcar; tres en avión, más los embarques; días caminando, no sé cuántos. El espacio es un continuo de tiempo, grano a grano de tierra se construyen las horas.

Los días no son más que eso, tierra y segundos. Que te van alejando de un punto y acercándote a otro. No hace falta ni que te muevan. Es posible que te dejen estático en el plano. No todos los cambios son tan aparentes. Otros son interiores. Esos son los que molan.

Aniversario de la Pasión, con mayúscula, de Cristo, y en este país salimos a la calle a la procesión para hacer profesión de una fe que no terminamos de conocer.

Jesús era un señor que no hacía distinciones entre unos y otros. Que se entregó hasta el punto de darse en carne y sangre, vista su vida consumada en tres años de buenas obras que cambiaron la Historia. Nosotros, los seres humanos corrientes y molientes, llamamos a eso misa y capirote y caramelos y miles de cosas más. En su nombre se ha matado y discriminado. Nos lo perdonamos a medias como el niño tonto que ha crecido un poco pero sigue tropezando con otras piedras menos obvias. Si Cristo levantara la cabeza, como quien dice, se escandalizaría. Varias veces me he preguntado si volvería a hacer cuanto hizo al ver cómo se ha malinterpretado su mensaje. Gracias a Dios -aquí pega muy bien la apostilla-, las cosas van corrigiéndose. O no.

Más bien digamos que quien entiende bien lo que Jesús legó, pues eso que se lleva. Él y la sociedad, de paso. Pero no sé. No sé, no sé. Me pregunto yo de qué sirve tomar la hostia y repartirlas luego a diestro y siniestro. Permítaseme el juego de palabras. Fui a un colegio de monjas. Nada más lejos de mi intención que la blasfemia. A mí me enseñaron que Dios nos mira siempre.

Pero hay que perder el respeto. A mezclar, a comparar, a nombrar, a hablar. Hay que acercar a Dios y dejar de encontrarlo superficialmente en los ritos. Hace poco, en un foro, una señora contó su experiencia: he vivido condicionada por el cristianismo de la culpa y la sumisión. Y ahora Dios me es cercano, lo siento a mi lado mientras cocino. Eso me llena de amor.

A mí me llenó de lágrimas.

Será una, que está sensible.

Aniversario de la desintegración física de Jesús, que cada uno celebra como puede y quiere, de su pasión y su Pasión.

Sin miedo a la blasfemia, pues, ni a mezclar, apuntaré que también es el aniversario de este blog.

El tiempo tampoco es nada, en sí mismo. Puedo contarlo en cincuenta y dos artículos. El único principio que me puse al principio fue ser honesta, significara eso lo que significara. Llegó un punto en mi vida en que me quedaba poco por perder. Quien va camino de su crucifixión personal, y la acepta, y la abraza, pierde el miedo a la muerte, y es entonces cuando aprende a vivir de verdad.

La sinceridad, luego a luego, no es nada. Es otro parámetro apto para todo tipo de deconstrucciones. Yo aquí no puedo decir nombres vulgares de genitales, aunque son sustantivos igual que otros, porque quedaría feo. Soez, como suelen llamarme. Que es una palabra que ha acabado gustándome. Me llama la atención hasta como apellido. Andrea Soez. Es bonito, suena a rebuzno de asno y a la vez es muy elegante.

Contradicciones y blasfemias. Un premio Nobel de la Paz también se tira pedos. Con perdón. Esto no queda bien, hay gente que cierra la pestaña al leerlo. Yo lo respeto, pero no lo comparto. Cuando voy a alguna oficina llena de hombres trajeados y mujeres grises, busco desesperadamente un retrato de sus familias para saber que son personas de verdad. Si no lo encuentro, empiezo a buscarles los cables y se me acelera el corazón, como si estuviera viviendo en un capítulo de Black Mirror. Ojalá se tiren un pedo, pienso entonces.

Si tengo que pedir algo a Dios, o a su Hijo, es que me reconozca digna de ser su hija, aunque escriba «pedo». Y que me dé la valentía de admitir que merezco serlo, a pesar de que las miradas de los penitentes descalzos, que se fustigan y portan pasos y duelen en nombre del Señor, susurren lo contrario. También le pediría –puestos a pedir- que esos fariseos pidieran el mismo coraje que pido yo. El valor de ponerle voz a su mente, para que las estructuras de hierro que las sostienen se ablandaran un poco en la erosión con otras almas, si acaso.

Ya está. Aniversario, el de Jesús, significativo como un cumpleaños o una Navidad. Más folclore que otra cosa. A Jesús se le lleva dentro, si se le lleva. Si no, pues santas pascuas.

Aniversario, el de este blog, que no tiene mayor importancia. Global. Para mí, mucha. Y como quiero comerme a besos a los que robáis tiempo a vuestro propio calendario para leer mis pedos mentales, pues tiempo es lo único que tenéis, os dedico este párrafo. Porque lo único que yo tengo –Andrea Soez- son palabras. Y tiempo. Ojalá mucho tiempo para conocerlas todas.

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