Todos sabemos qué hay detrás de un gran hombre.
Pero nadie se ha preguntado qué hay detrás de una Gran Mujer.
Yo tuve la ocasión de echar un vistazo a los interiores de casi veinte almas diferentes durante el día de ayer, en la sesión de fotos de Animus, por Yolanda Méndez, de Ferao&Méndez, y he acabado encontrando la respuesta.
Delante, a primera vista, siempre hay cosas distintas. No hay dos Grandes Mujeres iguales. Pueden diferir en altura, peso, longitud de cabello, color de ojos, edad, código genético, DNI, gentilicio o nacionalidad, así que es difícil juzgarlo a simple vista. Hasta ahora, muchos pensaban que eso podía intuirse por una talla de pecho o una anchura de cadera, pero se equivocaban de plano.
Hace falta algo más de profundidad para llegar a saber qué sustenta su grandeza. Y es a través del aura particular de cada una donde se alcanza la receta única. La esencia común es solo accesible si entras con el vaivén de los gestos, con el balanceo de una sonrisa o el guiño de un ojo emocionado. En ese aroma nuclear está concentrada la magia de todas las grandes mujeres, de la humanidad entera.
Descubrirás, buceando en ellas, que la Gran Mujer ama a su familia. Su familia puede estar compuesta por animales o personas, por miembros biológicos y adoptivos, todavía vivos y ya difuntos. Se rodean de los naturales y los elegidos, y los mezclan y los confunden y los acogen por igual, con el calor que merecen. La Gran Mujer actúa en su nombre en cuanto hace, pero estampa en ello la firma de lo que ama.
También ama lo que hace. Ya sea emprender, negociar, planear, ejecutar, enseñar, cuidar o crear. La Gran Mujer cultiva su alma, se preocupa de enriquecerla y de abonar bien esa sonrisa y esos gestos que son la puerta de entrada, invitadores, a los parajes de sus adentros. Tiene el gusto de adecuar su vida externa a lo que lleva consigo en ese tarrito de magia.
Es fuerte. Pero no fuerte en el sentido de forzuda, ni en el sentido deshumanizado. La Gran Mujer no es una máquina. Se cae y llora, llora a menudo, y más que le gustaría, con tal de desahogarse. Llora tanto que a los hombres les da un poco de apuro o de envidia a veces, según. Sin embargo, lo que la convierte en grande no es ese equilibrio perpetuo, sino la habilidad para volver a hincar la rodilla en el suelo y tomar impulso hacia arriba. Tambaleándose o no. Dar un paso. Y luego otro. Y otro. Hasta volver al camino. Al suyo. Al que le haga mantenerse erguida con más facilidad.
La Gran Mujer se dedica a mil cosas. Friega suelos y escribe tesis doctorales. Vende conceptos en reuniones de ejecutivos y crea prendas de ropa. No te confundas: no habrá un lugar donde sea más propicio encontrarse con una de ellas. No se reúnen en ningún sitio en concreto. Muy al contrario, se hallan esparcidas por el mundo, como pepitas de oro que destacan humilde y orgullosamente entre granos de arena.
Ojalá cuando tengas la suerte de encontrarte con una de ellas sepas apreciar su brillo y su aroma. Ojalá la oportunidad de que surfees las ondas de su alegría y te sumerjas en su núcleo.
Ojalá recuerdes que la Gran Mujer no tiene nada que ver con su envoltorio ni su ubicación. Ojalá recuerdes que hay que ir más allá y ojalá te tomes el tiempo de hacerlo.
Aprenderás que la reivindicación no es violenta y el amor no es rencoroso, y que las mayores obras se hacen en silencio, sembrando la parcela propia con paciencia y dedicación. Que si hay fricción y roce, eso solo deriva de la resistencia que opone el mundo a las presencias que rompen la norma. Y la norma real tiene que ser otra: la norma es la Gran Mujer. No la excepción.
En el pecho de cada una de nosotras habita una de ellas, la nuestra particular.
Solo hay que dejarla aflorar.
Así que detrás de una Gran Mujer no hay un gran hombre.
No solo eso.
Hay muchos hombres. Y otras mujeres, y animales, y plantas. Proyectos por realizar y sueños cumplidos. Cicatrices y heridas abiertas. Hay construcciones y ruinas. Enfermedad y salud. Objetos preciados y material que sobra. Hay fantasmas y sombras negras, y hay interruptores y haces de luz. Aviones, trenes, coches. Ruedas. Hay movimiento y dinámica, y hay reposo y sofá. Hay pizza y helado, hay ensalada de quinoa. Abrazos. Muchos abrazos. Besos. Muchos besos. Y sinceridad de la póstuma, a todas horas del día. De la noche.