Mientras los vecinos le increpaban desde los balcones, a plena luz del día, él seguía intentando reventar la puerta trasera del comercio que se había propuesto desvalijar. Cada vez más nervioso, ante los gritos e insultos de los ciudadanos alarmados, se ensañaba con torpeza arrancando trozos de fachada mientras la reja metálica se le resistía. Al cabo de unos minutos de tensión y ante la llegada inminente de la policía, el hombre salió corriendo abandonando en el lugar las herramientas pesadas utilizadas para sus fechorías y que servirían para inculparle al hallar en ellas sus huellas dactilares. Al lugar, llegaron dos vehículos policiales que dieron una primera batida sin resultado por los alrededores, en busca del fugitivo. Después de recopilar información sobre la descripción y la dirección hacía la que había huido el supuesto ladrón, los policías le localizaron dentro de un contenedor. Tumbado boca arriba, encima de unos escombros, se había recubierto con unos embalajes que delataron su presencia cuando los agentes, parados en las proximidades, observaron como el cartón subía y bajaba al ritmo de la respiración acelerada del corredor. Lejos de darse por vencido, el hombre, cuyo aspecto correspondía con exactitud con el facilitado por los vecinos, después de intentar desasirse sin éxito de los agentes, gritó indignado para intentar conseguir el apoyo de los viandantes ajenos a lo sucedido: “ ¡Vergüenza os tendría que dar! ¿Qué pasa? ¿Es un delito ser pobre?¿ Acaso me detienen por dormir en un contenedor?”