Detenido en un semáforo de la Gran Vía, el conductor de un imponente todoterreno se entretenía fumando, con el brazo estirado fuera del vehículo. Abstraído, con la música a toda pastilla, iba dándole caladas al cigarrillo con un movimiento amplio que terminaba con el antebrazo apoyado en la ventanilla y el pitillo atrapado entre unos dedos acostumbrados a ir esparciendo la ceniza al viento. Cuando el tabaco se consumió, el fumador soltó con destreza la colilla todavía incandescente, demostrando su pericia, con un gesto que debía de ser habitual. El proyectil salió disparado con tan mala suerte que vino a golpear la cara de un ciclomotorista que circulaba por el carril contiguo. El hombre sorprendido por el impacto, que le abrasó la mejilla, se detuvo a la altura de la ventanilla del cuatro por cuatro para afearle la conducta al imprudente conductor. Después de acertar a reprocharle su desconsideración y su falta de previsión, la víctima prosiguió su camino para detenerse en el siguiente semáforo en rojo donde volvió a coincidir con el fumador. Mientras le miraba con desaprobación, el hombre asustado vio como el otro se bajaba del turismo y sin mediar palabra le agarraba de la pechera para soltarle un par de bofetadas ante la mirada atónita de los viandantes. Cumplido su propósito el energúmeno regresó al volante de su coche para marcharse con cara de satisfacción. Fumador, maleducado y matón: “ ¿Qué pasa?”