Mientras muchos empresarios hacían negocios multimillonarios aprovechando información privilegiada y amistades en los mentideros políticos y otros tantos gobernantes se embolsaban el dinero público, todos vivíamos felices intentando pillar las migajas del pastel y hacer nuestro agosto cobrando precios abusivos por chapuzas , aprovechando la fiebre del consumo, que enriquecía a miles de intermediarios, o participando del despilfarro de las subvenciones. También los que teníamos trabajo fijo, con ayuda de nuestros liberados representantes sindicales, exigíamos cada día más tiempo libre, aun que fuera para operar de almorranas al cuñado, y horas extras o pluses para mejorar nuestras maltrechas nóminas. Todos rendíamos pleitesía a los políticos que veían desfilar por sus despachos a gente de toda condición, en busca de mejores empleos, ascensos o de favores para familiares. La política de las administraciones y en especial el trabajo de los cuerpos policiales iba enfocada a la dichosa clase media con sus mezquinos problemas domésticos relacionados mayoritariamente con el ocio y no a los barrios periféricos depauperados y a la gente con necesidades reales. La pobreza que se torno invisible en época de bonanza, salvo para presumir de voluntariado especialmente en países lejanos, sólo preocupaba si afeaba las ciudades y molestaba a la gente de bien. Ahora resulta que unos son malos, malísimos y otros víctimas, victimísimas, pero nadie es del todo inocente. La crisis ha hecho aflorar tramas mafiosas y sueldos millonarios, que se toleraban antes de que todos se indignaran y denunciaran los abusos. Esos mismos que, cuando los poderosos pretendían solucionarlo todo con más policías,( recuerden nuestra Comunidad Autónoma con su tan aplaudida campaña, en periódicos e incluso en carteles publicitarios), pedían policías incluso en el patio de los colegios( eso sí para que se controlara a los hijos de los demás pero nunca a los propios).
Unos huelguistas, que se entretenían echando fotos a diestro y siniestro, como la mayoría de los participantes en la protesta, ansiosos por captar incidentes y alimentar esta sociedad del espectáculo, me preguntaron, el día de la huelga general, si era cierto que a los policías no les habían quitado la paga extra. Al contestarles que dicha medida había afectado a todos los cuerpos policiales, estos explicaron: “Bueno, es que como hoy vemos que estáis todos trabajando”. Algunos Alcaldes, en busca de simpatizantes y votos, han contribuido a hacer creer a la opinión pública que el policía puede decidir hacer o no hacer, ir o no ir a trabajar, desoyendo mandamientos judiciales u obligaciones recogidas en una Constitución que pertenece al pueblo. Si la incultura democrática se une a la mala fe y a una desaforada manipulación de los poderes fácticos, el drama social se convierte en un caos de rumores, mentiras y odios que equivocan su objetivo.