Son las cinco y treinta de la mañana. De camino al trabajo voy escuchando en el coche una emisora pública. Un periodista lee con mucha afectación sus propias reflexiones sobre la corrupción en España. Se nota que está orgulloso del texto que ha escrito. Es joven: le delata su voz y los errores de concordancia gramatical. Afirma estar convencido de que se puede ganar la batalla contra los corruptos. Habla de ellos como si fueran extraterrestres. En esa hora bruja confiesa públicamente su fe ciega en la naturaleza humana. Su convicción de que las manzanas podridas no van a poder con las sanas. Asegura que los malos tendrán su merecido: la reprobación de los justos. Su escrito es un grito de esperanza en medio del cenagal, un amalgama de buenismos que roza la estupidez y que seguro hará reír a carcajadas a los acostumbrados a llevarse el dinero público. Mientras va subiendo la música de violín, el aprendiz de escritor pasa a pedirle a los oyentes, a esa hora seguro que currantes de poca monta, que por favor no hagan fotocopias de uso particular en el trabajo. Se emociona apelando a la generosidad del pueblo llano para que vaya a la fotocopiadora de la esquina y abone, de su bolsillo, los céntimos reglamentarios como forma simbólica de lucha contra la corrupción.
La buena intención, la ingenua honestidad, los gestos ya no sirven cuando la situación se ha desmadrado hasta la desesperanza. Se necesita recurrir a la cirugía para atajar la gangrena de la corrupción partiendo de verdaderas auditorias, por supuesto no políticas, y a todos los niveles.
La fiscalización de técnicos y altos cargos de las diferentes administraciones, instituciones y el control riguroso de las prácticas bancarias resultan imprescindibles pero no de forma puntual sino permanente. Y no vale decir que Pepito es honrado. Todo el sistema está corrompido y se rie del mérito, del esfuerzo o de la inteligencia de los que no tienen poder. Ello supondría un nuevo puyazo a las heridas ya abiertas por la corrupción de los políticos. Estos solo han podido lucrarse con la complicidad de subalternos que también se han enriquecido. No es normal, por ejemplo, que un puñado de adscritos con nómina a las concejalías de urbanismo de algunos Ayuntamientos, tengan un patrimonio digno de un Pachá.
¿Cómo han podido algunas administraciones comprar con dinero publico terrenos que ya eran de esas administraciones?
¿Cómo ha sido posible escriturar incluso terrenos inexistentes por los que se han pagado fortunas?
¿Cuántas personas han intervenido para permitir que se otorguen contratas a cambio de gratificaciones o para repartir empleos recurriendo a la privatización?
¿Cuántos han participado en la farsa de las oposiciones públicas para aprobar a secuaces dispuestos a colaborar o encubrir el reparto de favores?
¿En cuántas ocasiones se ha pagado cantidades astronómicas por infraestructuras innecesarias o servicios inexistentes?
¿Quién ha negociado nuevas adquisiciones públicas pagando por ellas mucho más de lo que pedía el vendedor?
Dejémonos de sensiblería. La situación no está mejorando y si no: esperen a que desaparezcan los pequeños ahorros de las familias y a que muera una o dos generaciones de abuelos. Entonces si que saldrá el pueblo a la calle para pedir pan y abrigo.