Muy señor mío. Soy la Sargento Emilia de la policía local de Murcia y me dirijo a usted con la intención de que intente mediar en la situación de indefensión en la que se encuentran todos los integrantes de la plantilla de la policía local de Espinardo (una pedanía situada al norte de la ciudad de Murcia y que depende del Ayuntamiento de Murcia).
Dicha dependencia está ubicada en el llamado barrio del Espíritu Santo, un barrio marginal que data de esa época en la que las administraciones entendieron que, para evitar confrontaciones vecinales, era mejor agrupar a todas las familias gitanas en un mismo lugar. (En estos temas también hay modas).
Ello propició, en el municipio de Murcia, la existencia de guetos, con sus propias leyes de funcionamiento. Algunas de estas familias, en el caso de Espinardo, se dedican al tráfico de drogas y ahora también al cultivo de su propia marihuana. (La pedanía ya no huele a azahar sino a María)
Recientemente se me ha destinado, como Sargento, a esta dependencia policial. Ha sido la primera decisión adoptada por el que se ha convertido, por jubilación de sus predecesor, en el nuevo jefe accidental de la policía local de Murcia, un señor que casualmente ha resultado ser mi ex pareja (Durante seis años nos estuvimos jurando amor eterno). Tal vez por que hay confianza, me ha mandado a este territorio comanche, para que, conociendo mi grado de implicación en el trabajo, muera, espero que sin dolor, de un navajazo trapero. (Llevo un mes aquí y ya me han amenazada cuatro veces de muerte).
Eso sería sin dudas un crimen perfecto. Pero ojo actualmente dicha decisión se podría considerar como violencia de género, aunque lo desmienta el hecho de que mi Concejala, que también es mujer, haya ratificado mi destierro, al parecer por idoneidad.(Deducirá que soy una funcionaria imprescindible. Pero este no es el tema que ahora nos ocupa y que ha motivado esta carta.)
En este barrio, por ser barata la vivienda ( muchos edificios están deshabitados), una ONG compró un piso para acoger a un grupo de africanos, llegado a España en patera. Todos tuvieron que salir por patas, ante las amenazas de los vecinos del lugar, que no tuvieron ningún escrúpulo en proclamarse enfermizamente racistas.
También el consistorio se lució al colocar en el barrio una oficina de servicios sociales. Allí sus funcionarias, seguro que con síndrome de Estocolmo, no tienen más remedio que ceder a las exigencias de tan encantadores vecinos, que acostumbran a cagarse en to y a poner en peligro la integridad física de todo aquel que les incomode.
No se pierdan tampoco la instalación de un almacén municipal, en una nave ubicada en el barrio, en el que se pretendía custodiar valiosas herramientas de labor. Al segundo día, ya habían hecho un butrón, desde la casa colindante, para arramblar con todo lo vendible.
Glorioso también, en el corazón del barrio, el parque infantil molón, al que solo le quedan unos alambres y tornillos y el pabellón de deporte municipal con alta tecnología, pagado con fondos europeos. Este permanece cerrado a cal y canto después de que fuera inaugurado por el alcalde de turno. (Para la ocasión retiraron toda la chatarra de las calles del gueto, para no herir la sensibilidad del Edil)
Después de treinta años, que es el tiempo que llevo trabajando en la policía, nada ha cambiado en este pequeño poblado, salvo que esos vecinos, que toman el fresco y preparan sus fogatas en la calle con la música a todo trapo, ahora se dedican, en su mayoría, al cultivo de marihuana. Para más inri lo hacen en viviendas ocupadas o de titularidad municipal, enganchados fraudulentamente a la red eléctrica que salta cada dos por tres. Con los beneficios obtenidos, compran motos de agua, quad, minimotos, patinetes y coches tuneados que, sin control, ni autorización, circulan por las calles del barrio donde se sienten seguros, mientras amenazan a los policías con pillarles a traición.
Esta no deja de ser la descripción de cualquier barrio marginal pero lo que no es de recibo es que la policía local esté ubicada en dicho lugar, teniendo que recorrerlo entero para acceder a sus dependencias, al ser la entrada de dirección única. Es como irse a Afganistán a convivir con la población afgana (a integrarse en su tejido social se diría ahora) para neutralizar a los talibanes: un auténtico suicidio. O para ser más cercanos: colocar una dependencia policial en plena Cañada Real )
Bien me temo que solo existe, desde el punto de vista de las Instituciones, dos explicaciones a la ubicación en dicho barrio, de esta dependencia de policía local:
– Que se trata de una decisión política que pretende seducir al votante simulando eficacia, pero que en verdad demuestra que los políticos no sienten ningún respeto por sus servidores públicos. Y que tampoco parece preocuparles la integridad física y psíquica de unos policías que se sienten atados de pies y manos. (Numerosos incidentes graves avalan esta conclusión)
– Que al Ayuntamiento no le interese que se trabaje para erradicar el tráfico de drogas, que tiene la virtud de alimentar y mantener entretenido a unos grupos marginales, que carecen de formación y ocupación. (Es más fácil consentir o hacer la vista gorda que educar).
Desde Murcia, un saludo.