El lenguaje está creando monstruos que se expanden por las redes sociales. De forma silenciosa, nos van contaminando a todos.
-“ La violencia de género te acecha en todos los actos multitudinarios”.
-“ La ley mordaza sigue sumando denuncias.”
-“ El bando de la huerta genera toneladas de basura.”
-“ Los precios suben”
-“ El alcohol y la droga matan en las carreteras españolas.”
-“ El paro acaba con las previsiones optimistas del gobierno.”
-“ La pobreza energética se ensaña con los más pobres.”
-“ El independentismo amenaza a los escépticos.”
-“ La corrupción está minando las instituciones.”
-“ El lenguaje está creando monstruos.”
Estas personificaciones, en las que nadie repara, convierte en sujetos activos unos constructos que por si solos no tienen capacidad de acción. Dicho de otra manera las afirmaciones anteriores, con las que todos podemos estar de acuerdo, no significan nada. Son fruto de intereses creados e incluso de estrategias más o menos conscientes, que esconden una tremenda desinformación y una falta de datos que conduce a situaciones de injusticia e indefensión inaceptables. Estos monstruos a los que todos no referimos a diario, y que algunos abanderan, son el resultado de la generalización, la vagancia, los prejuicios, los odios, los fanatismos y la ignorancia. Camuflan a los verdaderos responsables de determinadas situaciones que en algunos casos somos nosotros mismos: los ciudadanos. Y es que estos monstruos son difíciles de combatir por que son alimentados:
– Por la izquierda que los usa para convencernos del buenismo de nuestra sociedad, compuesta por individuos cándidos y siempre víctimas de sus circunstancias.
– Por la derecha que los azuza para inculcar miedo a una población que tiende al caos y que, al parecer, necesita orden, tutela y protección.
– Por los independentistas que, con la barriga llena, se han convertido, sin miedo al ridículo, en expertos monstruólogos.
El problema es que esta horda de monstruos, que habita en los medios de comunicación, ha conseguido alojarse también en nuestros cerebros. Todos sabemos que los monstruos son seres básicos que nos seducen por que nos permiten explicar de un plumazo todas las maldades de un mundo cuya complejidad nos incomoda y nos asusta. Cuando, por repetición, estos monstruos calan en nuestro entorno y son aceptados por la mayoría, se utilizan para justificar la modificación de las leyes, sin necesidad de estudios serios, que entonen el mea culpa. Solo interesa tranquilizar a la opinión pública que es la que ha de acudir periódicamente a las urnas. Cuando fracasamos con nuestras políticas, le echamos la culpa a la falta de financiación y medios y el problema se convierte así en un pozo sin fondo, del que algunos sacarán provecho. Ya no hay margen para ser valientes: el ciudadano bien intencionado ha picado el anzuelo y apoya a sus manipuladores, creadores de monstruos. Y es que estos saben:
-Que defenderse atacando es a menudo eficaz y te lleva a una espiral de reproches contagiosa y estéril.
-Que decirle a alguien lo que quiere oír es, a corto plazo, lo más rentable.
-Que toda exageración o deformación de los datos tiene el poder de crear miedo, incertidumbre, impotencia y fatalismo.
-Que no decir toda la verdad es tan dañino como mentir.
-Que la simplificación, que mete a todos en el mismo saco, y la vulgarización de la información facilita su transmisión y su aceptación.
– Que la generalización, que organiza nuestro imaginario en grandes categorías, por esquemática suele convencer.
– Que la adhesión mayoritaria a una idea (todos no pueden estar equivocados) o su repetición constante le otorga veracidad.
– Que la verosimilitud de las opiniones es la que confunde nuestra lógica, que tiende a asociar causa con correlación.
Y este es el pan nuestro de todos los días. Un pan que nos introducen en la garganta a presión para terminar asfixiándonos las neuronas.