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Sargento Emilia

Un círculo vicioso

Se despiertan a media mañana y deambulan todo el día por las calles del barrio, sin brújula y buscando algo en lo que entretenerse. Algunos viven con los abuelos y otros, a pesar de su corta edad, pasean y cuidan de sus hermanos más pequeñajos. Entre ellos se relacionan a gritos y recurren al empujón, al escupitajo y al golpe para divertirse, desafiándose. Son muy preguntones y a menudo impertinentes. Les fascina el mundo de sus mayores a los que imitan con la impaciencia de querer ser ya como ellos. Sus modelos son seres primitivos y brutos que fuman, beben, zampan y alardean mientras dejan pasar el tiempo. La mayoría se juega lo poco o mucho que tiene y en su devenir diario se la juegan también, hasta que tropiezan con la policía.

Con la casa llena de familiares que van y vienen, a esos querubines de ojos grandes el sexo no les es ajeno, a pesar de su corta edad. Algunos esconden, en su interior, a un Lucifer en práctica que tira petardos a los pies de los ancianos del barrio o se burla de su torpeza. También lanza huevos a los niños pijos que participan en el carnaval, con sus papás. Desde la cuna, saben lo que es la cárcel y la droga y para ellos la policía es el enemigo. Cuando empiezan a andar ya apuntan con sus pistolas de plástico a los uniformes, con los que se encuentran. Asisten al colegio de forma intermitente hasta los ocho años, para que sus progenitores no pierdan las subvenciones, pero después, a pecho descubierto, se enfrentaran sin oficio, ni beneficio a un mundo hostil. Su barrio será entonces su refugio. En él convivirán con sus iguales y todos lucharán por seguir imponiendo sus propias reglas.
Desde que se levantan, se pasan el día masticando. Seguramente el movimiento constante de sus mandíbulas les impida progresar intelectualmente. En ello imitan a sus madres, que, sentadas al sol y ajenas a la lucha de sexos, se atiborran a pipas, helados plastificados, gusanitos y todo tipo de bollería industrial. Conforme terminan con sus bolsas, o con los envases de cualquier tipo de bebida azucarada, las tiran al suelo. Las calles, que el ayuntamiento acaba de limpiar, se llenan así de envoltorios. No hay centímetro que se resista a estos roedores compulsivos. Pero ellos dicen ser felices: la basura es vida.
Cuando crecen, para tenerles controlados, se les proporcionara viviendas para que sigan vegetando, mientras la mayoría se esforzará por ignorar la palabra trabajo y formación. Muy pronto se decantaran por actividades que les permitirán ganar un dinero fácil que los niños pijos, ya sin sus papás, les proporcionaran al convertirse en clientes.
Ante la indiferencia del mundo exterior, que los considera carne de cañón, seguirán atrapados en este círculo vicioso, del que solo algunos conseguirán escapar.

Versión policial

Sobre el autor

Sigo con mi "Versión Policial" en un intento por destripar una realidad urbana que el ciudadano en ocasiones apenas intuye. Con "Ficción Literaria" les hago partícipes de mis devaneos con la escritura. Más en mis blogs: Sexo Exprés y Stop Bullying


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