Mientras en Estados Unidos se acaba de perpetrar dos matanzas para reivindicar las políticas migratorias del señor Trump, en la Murcia vacía del mes de agosto, la temperatura está en aumento y el servicio se presenta desesperanzador. Son las siete de la mañana y unos sintecho se están aseando en las fuentes públicas. Algunos ciudadanos del visillo, que no pueden dormir por el calor y que seguramente simpatizan con el presidente americano, ya están llamando al 092 para que se despierte a los mendigos que duermen en los parques. También para que se detenga a los que se dedican al triaje de basura y para que la policía se lleve a los músicos callejeros, que andan afinando sus instrumentos.
Un coche se acaba de empotrar contra una farola y sus ocupantes han salido de estampida. Una mujer desorientada, que llora mientras conduce, se ha metido por el puente viejo, por dirección prohibida. Un turismo se acaba de colar en una acequia y su conductor se ha quedado atrapado en su interior. Cuando llama a la policía apenas se le entiende y se muestra incapaz de informar, aunque sea de forma aproximada, sobre su ubicación. En diferentes puntos cardinales, dos conductores se han quedado dormidos al volante. Uno en una rotonda y el otro parado en un semáforo. Varias llamadas informan de que un joven está vomitando, repantigado en un banco. Está borracho. Su madre no ha querido abrirle la puerta de su domicilio. Cuando su hijo vuelve a casa alcoholizado le tiene miedo. Desde primera hora ya van seis alcoholemias. Los ciudadanos pedirán que se aumenten las sanciones y las penas pero son escasos los que sugerirán que se trabaje para cambiar los hábitos y para contribuir, entre todos, a erradicar ciertas modas.
Por la sequía, algunos árboles acaban de dejar caer su ramaje. En esta ocasión no han provocado desperfectos. Pero es que los políticos murcianos parecen ignorar lo del cambio climático. Siguen pidiendo agua para sus políticas caducas de agricultura extensiva que está envenenando nuestro mar menor. En lugar de apostar por convertir a la Región de Murcia en un gran generador solar de electricidad, languidecen siguiendo el compás que marcan las empresas eléctricas.
Los bomberos no paran de salir para sofocar incendios de rastrojos. Los huertanos saben que en estas fechas no se puede quemar podas pero confiesan que se la juegan. Han oído que la policía está bajo mínimos. A ellos tampoco les preocupa la ecología.
Las riñas multiculturales, en las puertas de los garitos de marcha, son un cóctel de armas blancas y puños americanos. Cuando intentas averiguar porque han recurrido a la violencia, nadie sabe explicar lo ocurrido. Se trata al parecer de una cuestión de huevos.
Estamos a final de la mañana y ya se han producido cinco intentos de suicidio, con pastillas, uno de ellos se ha materializado. Estas mujeres y hombres tienen algo en común: no quieren seguir viviendo. Se trata de gente muy joven. Los viejos del lugar dirían: “pero si lo tienen todo”. El suicidio no le interesa a nadie salvo que se trata de esta nueva modalidad, al parecer machista y contagiosa, que está acaparando el interés de la prensa. El suicidio está pidiendo a gritos que se investigue a fondo para que se pueda minimizar el número de víctimas.
Se acaba de prohibir el sacrificio de animales en las perreras municipales. ¡Qué cívicos somos! En verano, Murcia y sus pedanías se llenan de chuchos abandonados. En su desgracia, algunos perros se han agrupado en manadas, mientras otros deambulan en solitario, con los ojos tristes y las orejas gachas, preguntándose dónde están sus dueños.( También pasean, por las calles desiertas ,ancianos con esos mismos ojos).
Sus propietarios se han marchado de vacaciones y los han dejado tirados. Ahora están solos. Solos como los que se emborrachan, solos como los que se suicidan, solos como los que no tienen nada, ni siquiera vacaciones.