¿Qué puede querer una madre?
Demacrada y con un solo diente, así había terminado lady Guay. De niña había sido una estudiante brillante y todavía se notaba su buena educación. (Esa educación que al parecer nos va a salvar de todos los peligros). Su padre había sido un funcionario influyente que la crió entre algodones. Pero ella se propuso ser la más guay del barrio: se puso el distintivo de rebelde y fue probando todo tipo de sustancia estupefaciente. Desde su primera calada, su único objetivo en la vida fue rapiñar monedas para poder pagarse sus adicciones. Su voz cazallera, de años de tabaco y alcohol, completaba una estampa que no dejaba huellas de aquel bellezón que había sido en la adolescencia.
Pronto sus padres fallecieron y su marido la abandono. Para subsistir empezó a vender su cuerpo y a recibir en casa a todo tipo de clientes.
(Con su piel apergaminada y llena de ronchas y arañazos y su falta de aseo, a sus cincuenta y tantos, todavía intentaba despertar lujuria entre los desconocidos).
Su niña de seis añitos se apelotonaba bajo las sábanas al oír que su madre tenía compañía. Cuando los puteros se enteraban de que en la casa había una niña, lady Guay montaba en cólera y se le oía gritar: “Si quieres follarte a la cría tienes que pagar el doble”. Entonces la pequeñaja salía corriendo a la calle y permanecía agazapada esperando durante horas a que el monstruo se fuera. La niña pronto comprendió que su madre nunca escaparía de ese infierno narcoléptico. Y mientras iba creciendo, solo tuvo una determinación: no ser como su madre.
-“¿Qué puede querer una madre para sus hijos?” -pregunta de forma retórica, desde la burbuja en la que vive, una tertuliana en televisión. Y yo, condicionada por esa realidad con la que ha de lidiar diariamente un policía, le contestó alterada: “¿Acaso, tontaelculo, conoces a todas las madres?”.