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Sargento Emilia

La violencia zombi

Cuando la familia le dice que no: monta en cólera. Empieza a romper cosas. Se encara con el que ha osado frustrar sus expectativas y embiste al que pretenda pararle los pies. Con la mirada torva, como si le acabaran de abrir el toril, no mide sus fuerzas. Grita, insulta, deja al descubierto su dentadura y sus encías que lo salpican todo de babas. En ocasiones, se tira al suelo enfurecido y se revuelca sobre el enlosado como si estuviera poseído. Disfruta al comprobar que todos están horrorizados. Puede leer el miedo en las miradas de sus seres queridos. Es desesperanza, es indefensión. ( Uno puede con todo menos con la enajenación mental) . Y se siente poderoso.
Él sabe que es el rey de su casa, lo sabe desde que tenía 3 añitos. Por eso anticipa ya que va a conseguir lo que quiere. La insistencia ya no le funciona, ahora tiene que recurrir a la demencia.
Se puede definir como egocéntrico y egoísta. Sus padres siempre han sido invisibles para él ya que, de motus propio, se convirtieron en sus criados. Son esos pringaos que justifican todo lo que el nene hace ante los amigos, ante los vecinos, ante los profesores y ante la policía. Pronto se convirtieron también en su cajero automático 24 horas. Su comportamiento, infantil e irresponsable, es propenso a las conductas de riesgo aunque no está dispuesto a asumir consecuencias. Con locus de control externo: la culpa de todo es siempre culpa de los demás. Es alérgico a la frustración. Cualquier contratiempo, que se interponga a sus deseos, resulta ser una ofensa que se ha de pagar con la muerte. Su instinto homicida aflora con cada crisis. Sin fuerza de voluntad, ni capacidad de sacrificio envidia los logros de los demás y maldice su mala suerte. Para él, el consumo de alcohol y drogas es un derecho y una forma de vida que sus viejos han de costearle. El sexo apenas le interesa, es de naturaleza inapetente, y solo le conmueve y excita la realidad virtual de sus juegos con escenas gore y pornográficas .
Su primer ataque de ira tuvo lugar el día que su padre, después de varios “ya voy”, intentó quitarle el móvil para que accediera a sentarse a la mesa para comer en familia.

Los casos  de agresión de hijos e hijas a padres no deja de aumentar. Esa es la realidad que refleja las estadísticas policiales, no la de los medios de comunicación, ni la de los políticos. Es un problema que nadie quiere afrontar porque afecta especialmente a las clases más acomodadas que educan como pueden a sus monstruitos.  Cuando el fenómeno nos desborde y se convierta en una posibilidad de negocio, entonces, a la desesperada, se fabricarán expertos, tertulianos, reformas legislativas, protocolos y se asignará presupuesto para combatir una vez más, no las causas, sino los síntomas de esa violencia zombi.

Versión policial

Sobre el autor

Sigo con mi "Versión Policial" en un intento por destripar una realidad urbana que el ciudadano en ocasiones apenas intuye. Con "Ficción Literaria" les hago partícipes de mis devaneos con la escritura. Más en mis blogs: Sexo Exprés y Stop Bullying


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