Con la invasión de Irak se organizó una tertulia televisiva para debatir sobre el devenir de la humanidad y el poder de la educación para acabar con las guerras. Mientras los catedráticos se sentían en la obligación de defender que el conocimiento y la evolución supondrían la erradicación paulatina de la violencia, un responsable del clero y una servidora defendían que, por experiencia, la naturaleza humana no tenía enmienda.
La humanidad empezó a guerrear de forma rudimentaria por tierra firme y pronto se atrevió a desafiar al enemigo también por mar.
Mientras se dotaban de herramientas cada vez más sofisticadas y mortíferas, se fue desarrollando la aviación y así los hombres se disputaron también su hegemonía por aire.
Con la conquista del espacio, la rivalidad se extendió al exterior de nuestro globo terráqueo y nuestra órbita se llenó de satélites y de chatarra espacial.
Después llegó Internet. Fue necesario desarrollar todo un sistema de ciberdefensa para prevenir y contrarrestar los ataques en la red. Las guerras se instalaron así en el mundo virtual, siendo capaces de desestabilizar imperios económicos y políticos y de atentar contra la seguridad de los países.
Dando otro paso más en los conflictos, la estrategia militar descubrió entonces que resultaba más económico el ataque selectivo a persona y a infraestructuras mediante drones o misiles de alto alcance.
Pero todo esto ha quedado obsoleto. Ya no es necesario disparar munición, ni entrar en los ordenadores. Se ha iniciado la guerra cognitiva.
Gobiernos, Instituciones, empresas e incluso grupos terroristas o mafiosos están desarrollando estrategias para colarse en nuestras cabezas.
Se está llevando las teorías de Joseph Goebbels a su máxima eficacia, manipulando a la opinión pública: para derrocar Gobiernos, colocar a locos en el poder o para ignorar o hacernos creer en cualquier amenaza o profeta. Incluso, en nuestra maltrecha España, para acaparar poder y riquezas, a algún grupo de presión se le ha ocurrido recurrir a la imperiosa necesidad de independencia de un pueblo oprimido. Sin poner aquí en cuestión el derecho a la autodeterminación, con propaganda, mentiras, falsas noticias, razonamientos y afirmaciones absurdas se ha convencido a unos ciudadanos acomodados, para que se perciban como seres oprimidos, abusados y torturados por un Estado dictatorial y fascista.
Si uno consigue, con ayuda de las redes sociales y de los medios de comunicación, que el software de las personas se radicalice y se ponga al servicio de un interés concreto, como en el caso del Yihadismo o del nacionalismo, ya no hará falta pólvora ni tecnología. Y si la contranarrativa deja de funcionar, estaremos todos jodidos