Era domingo y Pedro, en pleno estado de alarma, circulaba en su coche particular, por dirección prohibida, por el carril bici de Gran Vía. Mientras iba reduciendo la velocidad por cambiar su semáforo a rojo, Pedrito iba wasapeando, concentrado en su móvil.
No vio llegar al vehículo policial que le corto el paso para preguntarle por qué se encontraba fuera de casa. Sin inmutarse, explicó de tirón y sin titubeos que venía del veterinario por una urgencia: su gato se había puesto malito.
Cuando se le preguntó por el animal, el muchacho contestó que lo llevaba su amigo Antonio que viajaba en otro coche ya que, los policías lo tenían que saber, estaba prohibido ir más de una persona por turismo.
Al preguntarle de nuevo el policía donde se encontraba su amigo, Pedro, Pedrito, Pedrote empezó a impacientarse, alegando que no tenía porque saber hacia donde había tirado su compañero de piso con su coche.
Ante la cara de mosqueo del policía, que le explicaba que para llevar un gato al veterinario no hacía falta dos personas y que ello, además de las infracciones acumuladas, multiplicaba por dos el riesgo de accidente y de contagio, Pedrote ya se puso muy digno y pretendió darle un zasca al policía.
“- ¿Es necesario que te lo explique? -exclamó con sorna.-Tenemos que ir, si o si, dos al veterinario porque mientras uno conduce el otro tiene que sujetar al gato dentro del coche ¿Lo has entendido ahora?”
El muchacho creía haber bordado su premeditada coartada pero se llevo una sanción como premio a tan evidente alarde de inteligente.