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Sargento Emilia

OKUPAS

Gracias a las redes sociales, nunca el pueblo se ha creído tan inteligente y convencido de que su sentir es la verdad verdadera.
Un día te levantas y la opinión pública se ha emparanoiado con el rapto de menores en los jardines. Las centralitas de las diferentes policías se colapsan con llamadas de gente que cree ver furgonetas sospechosas cerca de los colegios. Otro día le toca el tema a la inmigración y nuestra península se nos llena de negritos, que nos salen hasta en la sopa.
Llega la pandemia y con ella el aplauso a los sanitarios. Las pantallas se inundan de homenajes, y el resto de las noticias ha dejado de existir. Surge la guerra de las mascarillas. A favor, en contra: es necesario posicionarse, con el sentimiento de que se puede elegir. Incluso se discute sobre: si expertos si o expertos no, porque los políticos nos tienen mal acostumbrados con sus ocurrencias de imagen y postureo, prescindiendo de los técnicos. Y entre estadísticas y datos, llega el asuntos de los rastreadores. Nadie sabe lo que es pero al parecer son imprescindibles, en medio de un caos de imposible trazabilidad. La discusión se va acalorando hasta que se diluye para pelear ahora por el término “allegados”. Incluso gente con prestigio discute engolada, en las tertulias, que si familiares o allegados cuando poco importa porque cualquier norma ha de poder ser aplicable y verificable por la policía.
Mientras muchos confían en las Izquierdas para darle su merecido a los caciques y herederos de la dictadura que no se pueden quitar de la cabeza, otros muchos defienden que el futuro está en las Derechas, como garantes frente al caos y la anarquía que visualizan en su imaginario.
Y mientras, en verdad, ambos extremos coinciden en el deseo de aniquilar, incluso de forma sanguinaria, al otro bando, las redes se radicalizan y surge el problema de los OKUPAS.
Nadie parece capaz de comprender que la ocupación de vivienda es un viejo problema que afecta exclusivamente al propietario de la misma. Lo que la pandemia realmente ha destapado es la existencia de una minoría de la población que se plantea vivir sin trabajar (no se alteren, no hablo de los parados). Ciudadanos a los que, cuando eran pequeños, nadie les preguntó lo que querían ser de mayor.
La experiencia nos dice que, independientemente de su nivel cultural ( ahora no es solo cosa de etnias o analfabetos), si uno quiere vivir sin trabajar, además de recurrir a ayudas, habrá de decantarse, en la mayoría de los casos, por una actividad ilícita, en su mayoría relacionada con quitarle algo a los demás.
Si eres hábil con la venta de droga, con el robo o con la prostitución podrás vivir con cierta holgura, a pesar de tus intermitentes visitas a los calabozos. Pero si eres un mediocre, terminarás viviendo en una casa de mierda, posiblemente en condiciones infrahumanas y haciéndole la vida imposible a tu sufrido vecindario , recurriendo a la violencia, al ruido y al insulto y ahogando tus penas en juego, alcohol y drogas.

Versión policial

Sobre el autor

Sigo con mi "Versión Policial" en un intento por destripar una realidad urbana que el ciudadano en ocasiones apenas intuye. Con "Ficción Literaria" les hago partícipes de mis devaneos con la escritura.


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