El Corto iba en su BMW reciclado a todo gas para terminar frenando derrapando ruedas, en un semáforo en rojo. Con la música a todo trapo, aprovechó para rebuscar en la guantera donde tenía hierba envuelta en aluminio. Pretendía hacerse un porro que le pondría a todo pistón.
El conductor que le seguía, al acabar de cambiar el semáforo a verde y al comprobar que el BMW no se movía, decidió accionar el claxon como aviso y también como señal de protesta.
El Corto, que nunca había sido el primero de su clase, se bajo del coche enfurecido, haciendo aspavientos y gestos obscenos, mientras gritaba desquiciado. En esa actitud, con su cabeza afeitada y luciendo encías y dientes, se asemejaba más a un perro de presa, potencialmente peligroso, que a un ser humano.
El otro conductor, el conductor del pito, un hombre fornido y seguro de si-mismo, lejos de achantarse, se bajo de su vehículo para recriminarle al Corto su comportamiento. Pretendía hacerle entrar en razón, con ayuda de su mayor estatura.
Pero, sin previo aviso, el retaco se abalanzó sobre él con un bolígrafo que había sacado de su guantera y con el que , sin contemplaciones y con ensañamiento, atravesó la cabeza de su víctima, que no salía de su asombro.
La intervención de un grupo de temporeros, que viajaba en un furgoneta y que fue testigo de la agresión, evitó que el corto acabara con la vida del hombre, a patadas y mordiscos.
El herido fue atendido por el médico de la ambulancia que tuvo que extraerle del cráneo restos de plástico e incluso el muelle del bolígrafo que se le había quedado incrustado.
La policía detuvo al energúmeno, que contaba con infinidad de denuncias por agresiones graves. Mientras era trasladado a comisaría, el Corto explicaba: “Mira lo que te digo, para que se muera mi madre de un disgusto, que se muera la suya”.
Y orgulloso de su comportamiento, supuestamente aleccionador, le preguntaba al policía:
“ Oye policía ¿ Tú crees que este, la próxima vez, volverá a pitar?”