Desde que salió de su país, su vida había sido una sucesión de frustraciones, fracasos y tragedias. Durmiendo, desde hacía meses, en la calle había aprendido a sobrevivir, devolviendo los golpes recibidos, hasta llegar a comprobar la eficacia de la violencia para conseguir su sustento y unas monedas que empezó a gastar compulsivamente en bebidas alcohólicas y drogas. Esa noche estaba ido, insultando a gritos y soltando improperios en medio de la calle. Aprovechando que un anciano pasaba por su lado, paseando a su perro por el barrio, sin mediar palabra, lo agarró de la pechera y lo estampó contra el capo de un coche. El abuelo se golpeó la cabeza y quedó tendido en el asfalto.
Cuando llegaron los policías, lejos de tranquilizarse, el demenciado la emprendió con ellos a patadas y a mordiscos. Era como una manguera desbocada, por la presión del agua, había perdido su condición de ser humano.