Cuando te propones trabajar en emergencias como voluntario, es decir emplear tu tiempo libre de forma altruista, para ayudar a los demás en situaciones límites, compruebas, estupefacta, lo que vengo denunciando desde hace años: la falta de respeto, en España, por el trabajo de los demás.
Son unos jóvenes y no tan jóvenes, a los que les honra el hacer voluntariado, pero que después de cada intervención ponen a parir al médico o al enfermero que ha actuado en el rescata, al policía o guardia civil que ha de encargarse del papeleo y al que tachan de inútil o vago y al bombero que se les ha antojado incompetente.
Esos voluntarios, inexpertos en su mayoría, algunos recién licenciados y con escasa historia de vida y poco entrenados en la toma de decisiones, se permiten juzgar a unos profesionales que han de actuar en condiciones incómodas y en entornos hostiles para devolverle la vida o atender a unas víctimas y a sus familiares, muchas veces desbrujulados por el dolor y que se resisten a colaborar. En las guardias de 24 horas se van sumando intervenciones que originan, por parte de estos voluntarios que suelen estar de paso en el duro trabajo de la emergencia, unos comentarios implacables que demuestran una ignorancia legal supina y una falta de formación técnica, que clama al cielo.
Los más críticos suelen ser los que no pierden ocasión de reafirmarse en unos protocolos erróneos de intervención, que intentan además imponer a los demás.
En emergencias, el tiempo pone a cada uno en su lugar porque para preservar tu propia salud mental: o abandonas el voluntariado o empiezas a apoyar y a apoyarte en los demás profesionales, de los que tienes que aprender. Es un trabajo en equipo, que no admite rivalidades, ni descalificaciones gratuitas porque en cada intervención de emergencia, que los advenedizos perciben como un juego, todos pueden estar jugándose la vida.