Está claro que el Gobierno ha convocado una tormenta de ideas para conseguir dañar la imagen de los independentistas catalanes y su empecinamiento en el secesionismo. Entre muchas de las medidas que se han puesto en marcha, y que van orientadas a convencer a los propios catalanes de que sus dirigentes son unos trileros, se encuentra sin duda la conmemoración de las olimpiadas de Barcelona, que tuvieron lugar en el año 1992. Los juegos se recuerdan como un acontecimiento histórico y un éxito rotundo que supuso el despegue de toda una nación, o al menos así lo han querido recordar los medios.
Pero no se hace mención a que en dicho evento participaron en la gestión, numerosos funcionarios de las diferentes Administraciones españolas, que se desplazaron a la ciudad condal, en comisión de servicio. Estos colaboraron en la organización de unos juegos que supusieron un enorme negocio. Durante meses se imbuyeron de las técnicas del 3 % y de como invertir en infraestructuras, consiguiendo que los políticos, sus técnicos y asesores se llenaran los bolsillos.
Y es que los catalanes representan la vanguardia incluso en materia de corrupción. A modo de metástasis, enseñaron el camino a muchas provincias, con vocación emprendedora. Los kits de corrupción estaban a disposición del dinero líquido: carreteras, aeropuertos, puertos deportivos, ferrocarril, depuradores, desalinizadoras, ITV, pabellones deportivos, túneles, rotondas, semáforos pero también molinos de viento ( en Italia la mayoría de esta energía limpia se encuentra en manos de la mafia).
Una de las primeras enseñanzas fue colocar en puestos de responsabilidad a tontos útiles, que cuando las cosas empezaron a ponerse feas y los poderosos ya se habían hecho millonarios, fueron sustituidos por tarados temerarios y presumidos que pudieran servir de cabeza de turco.
(Eran histriónicos, que se movían con torpeza por los fangos políticos, y que pronto despertarían el rechazo y la burla de los medios de comunicación a los que no se podían resistir).
Y es que ahora todo se juega en las redes sociales y los medios. La clave está en la seducción. El mundo necesita cariño y eso los políticos lo saben. Así que gastan su presupuesto en averiguar que quiere el ciudadano para simular dárselo, con mucho bombo y platillo. La eficacia resulta ser mas económica que el aparentar, visibilizar o manipular a la ciudadanía pero sin duda es más arriesgada. (“El trabajo bien hecho es el que no se hace”: decían hace años los policías veteranos)
Para ilustrar esta farsa les diré que mientras algunos políticos asisten a minutos de silencio en contra de la violencia de género, cuando tienen que lidiar con una mujer que opina y defiende sus propias ideas, en petit comité se suelen referir a ella como la japuta.